Los desvaríos de Calderón
Felipe Calderón tiene ya una larga lista de agravios a la nación cometidos con un guante blanco en una de las manos, al estilo del Batallón Olimpia que actuó en la Plaza de las Tres Culturas 39 años atrás. Con su autorización política y en proceso de transferencia de mando presidencial se produjo la agresión a oaxaqueños el 25 de noviembre del año pasado, cuando el michoacano acusado de ilegitimidad transó vergonzosamente con el priísmo para que las bancadas legislativas de ese partido le apoyaran en su accidentada toma de posesión y establecieran una alianza a cambio de, entre otras cosas, la supervivencia de dos ejemplares del tricolor en peligro de muerte política, los insostenibles Ulises Ruiz, en Oaxaca, y Mario Marín, en Puebla. Ya como presidente legal, Calderón consintió y apoyó las múltiples aberraciones legales que se cometieron contra esos oaxaqueños, en especial tratando de convertir la traicionera detención de Flavio Sosa en un “quinazo” ridículamente magnificado por el duopolio televisivo. Luego han venido episodios sórdidos como la muerte de la señora Ernestina Ascención a la que Calderón adjudicó tempranamente, sin fundamento oficial alguno, una muerte por gastritis crónica y no por violación de soldados. Convertido en presidente militar del país, civil deslumbrado por los uniformes castrenses aunque no sean de su talla (fascinación, propia de diván, llevada inclusive a terrenos filiales), en muy poco tiempo Calderón ha promovido y tolerado diversos abusos de militares contra civiles, de tal manera que la agenda nacional se ha visto llena de reportes de secuestros, torturas, allanamientos y violaciones diversas a los derechos humanos. Díaz Ordaz vive, la represión sigue.
De: Astillero
Julio Hernández López
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