Jugo de riñón para los entreguistas del patio trasero
(voces del periodista)
Pemex no halla evidencia de la aplicación de casi $2 mil millones donados al estado
Aún sin todos los elementos para hacer una cuantificación más realista de los daños provocados por la inundación (más allá de las pérdidas humanas y el número de damnificados), el gobierno tabasqueño se animó a ponerle números al costo económico de la tragedia: 2 mil millones de dólares, monto cercano al presupuesto estatal íntegro para 2007.
La solidaridad de los mexicanos se ha volcado sobre los tabasqueños; la ayuda internacional fluye, a pesar de la inexplicable lentitud y la deleznable burocracia de la Secretaría de Relaciones Exteriores; las aportaciones económicas y en especie se acumulan, mientras, como siempre, el Fondo de Desastres Naturales, el Fonden, no sólo se muestra rebasado, sino carente de un mínimo presupuesto para auxiliar a la población afectada.
Es la historia de siempre, en un México cada vez más vulnerable a los efectos de los fenómenos naturales (cuya virtud, tras su paso devastador, es sacar a flote la corrupción supuestamente olvidada), en el que lo único que siempre sale de sobra son los discursos oficiales y las fotografías de ocasión de los que, según dicen, están “al mando”.
Dos mil millones de dólares (cálculo inicial del costo económico de la tragedia tabasqueña), equivalen, en números redondos, a 22 mil millones de pesos, un monto que desde ya las “autoridades” (estatales y federales) juran carecer. El Fonden no cuenta con ellos, asegura; el gobierno federal tampoco; el estatal menos. Nunca hay dinero para este tipo de emergencias, en las que es lugar común que la población de menores recursos pague los daños (los originados por la madre naturaleza y los causados por las corruptelas de la clase política y sus aliados).
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Ciudad PerdidaMiguel Ángel Velázquez
De pasadita
Y ahora que ya sabemos que el terrible suceso en Tabasco pudo haber sido evitado, que hubo tiempo y dinero para prevenir la catástrofe, pero que además se pudo haber privilegiado la generación de energía eléctrica, por sobre las posibilidades de un desenlace que pusiera en riesgo a la población, uno se pregunta: ¿dónde está el señor Luege Tamargo?, el jefe de la Conagua tan preocupado por las inundaciones en el DF y tan ciego por los peligros reales de otras poblaciones.
Cuando la alerta baje, las autoridades habrán de responder a muchas interrogantes que los tabasqueños, y todos los mexicanos, tendrán que levantarles: ¿Qué pasó en la presa Peñitas? ¿Qué se hizo con el dinero que se envió para las obras de prevención? ¿Qué políticos, además de los ya señalados, dejaron de hacer lo que se debía para evitar el siniestro? Y es que más allá de las advertencias de Al Gore, están los oídos sordos de los políticos que nada más saben escuchar el retintín de las monedas que caen en sus cajas registradoras.
Por eso hay quienes afirman que si a los hijos de la desgracia se les llama damnificados, a los que las provocan se les dice: desgraciados. Ni modo.