Memo para Norberto
Si no fuera evidente que el tema es un asunto de poder, podría decirse que los ministros del culto son de lento aprendizaje. Han pasado los siglos, y los jerarcas que mantienen los cerebros de millones de personas enjaulados en dogmas absurdos pareciera que siguen sin entender lo que es un Estado de Derecho. Va por eso, un memorándum, esquemático, para don Norberto.
Docenas de hombres como usted (es un decir) han puesto en un campo de racionalidad humana las mejores explicaciones sobre la existencia de los hombres y han aportado las mejores ideas para su gobierno. Respecto de los precursores de la gobernación civilizada están, entre otros, Jean Bodin, Thomas Hobbes y, nada más, Maquiavelo. Después vinieron, entre muchos otros, Montesquieu, John Locke, Rousseau, Constant, James Madison y Alexander Hamilton, como puede leerse en cualquier enciclopedia humanista que haya reunido los principios que permiten a los individuos de la raza humana convivir en esta Babel que la Iglesia hubiera querido que nunca saliera del túnel del Medioevo. Pero he aquí que llegó el Renacimiento y le echaron a perder la fiesta a los excéntricos señores de la sotana y del sótano cultural de la sociedad.
Más cerca de nuestros días aparecieron pensadores como Hans Kelsen y Carl Schmitt, o su muy brillante tocayo Norberto Bobbio o Michelangelo Bovero, explicando pacientemente los cambios constantes de la democracia liberal y del Estado de Derecho. Inútil, este nuestro Norberto dice -con una cabeza que parece hablar en 1184 y desde Languedoc (sur de Francia), donde fuera fundada en esa fecha la Inquisición Medieval para combatir la herejía de los albigenses- que quienes apoyen la ampliación de los derechos humanos de las mujeres, mediante nuevas causales de la despenalización del aborto, son ¡criminales!
¿Sabe usted, querido lector, en qué consistía la "herejía" de los habitantes de Albi, pequeña ciudad del departamento francés de Tarn?: negaban la existencia del purgatorio y la eficacia de los sacramentos, condenaban el culto externo, la jerarquía eclesiástica y la posesión de bienes por el clero. Está claro, había que desollarlos vivos, porque en el siglo XII eran tremendamente modernos.
Mire don Norberto, en un Estado de Derecho -con muchas insuficiencias aún-, como en el que usted vive, son criminales quienes han cometido el delito de matar o herir gravemente a alguien, según esté tipificado en el Código Penal: nos rige la verdad jurídica, no la del más allá. De modo que, una vez aprobada la ampliación de la despenalización del aborto, no se habrá tipificado un delito más, sino, muy lejos de ello, se habrán ampliado los derechos humanos. Si no hay un acto tipificado en el código correspondiente como delito, no hay ningún crimen: ésta es la verdad jurídica, la única a la que todos, incluido usted, deben atenerse, si es que es usted miembro de este Estado. Y esa ampliación de derechos la habrá elaborado el órgano que por ley le corresponde formular las leyes que nos rigen a usted y a mí, y a todos a quienes abarque la jurisdicción de esa ley. De modo que su calificativo altanero es apenas una diatriba, que nada tiene que ver con las reglas jurídicas a las que usted tiene que atenerse, a fin de que no se cometan más crímenes con las mujeres que abortan en condiciones de horror, del mismo modo como a usted y a todos los ciudadanos nos atañe, como humanos civilizados, que no se perpetre nunca más el diabólico delito de la pederastia.
¿Sabe usted?, en un Estado de Derecho, las autoridades del gobierno y los individuos se rigen, precisamente, por el Derecho: anótelo. Se trata de la supremacía y el carácter normativo de la Constitución y del imperio de la ley. Fuera de este marco, lo que tenemos es la selva regida por Inquisiciones, como ocurrió por siglos, y eso sí que su Iglesia lo sabe al dedillo. Sé, por supuesto, de las imperfecciones de nuestro Estado de Derecho, pero la lucha de la sociedad consiste en fortalecerlo y perfeccionarlo, sin descanso.
En un Estado como el referido, el Derecho otorga las libertades y los derechos fundamentales, y es aplicado por instituciones accesibles a los ciudadanos que deben generar certidumbre: qué duda cabe que en adelante, en cuanto las nuevas normas estén vigentes, las mujeres que aborten en ejercicio de sus derechos tendrán la certidumbre de ello: de ejercer un derecho, no de cometer un delito. Es necesario, para ello, que funcione de veras el principio de legalidad, las garantías esenciales del procedimiento, la independencia judicial y el acceso efectivo a la justicia.
Nos falta un buen tramo para que tengamos un Estado de Derecho digno de ese nombre, pero jure usted por todos sus santos, que no lo tendremos introduciendo como normas de la legalidad, los dogmas de su Iglesia. Justamente la proeza de los hombres de la Reforma, el siglo antepasado, fue establecer una sana distancia entre el César y su Dios.
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Ricardo Rocha
09 de abril de 2007
Estos no han sido días de guardar. Al menos para los jerarcas de la Iglesia católica. Por el contrario, las semanas Santa y de Pascua han sido de una actividad frenética para urdir y sellar alianzas con otras iglesias cristianas a fin de armar un santo ejército que luche en todos los frentes contra la demoniaca amenaza del aborto. Una cruzada pues. Una ofensiva total contra la "embestida del mal" que atenta "contra los valores mas queridos de los mexicanos" según ha dicho el propio cardenal Norberto Rivera Carrera.
Para empezar, hay un problema profundo de percepción. Porque la iniciativa de la despenalización del aborto no es en modo alguno una embestida contra nadie, y -que se sepa- no es producto de rituales satánicos en misas negras. Es, en cambio, fruto de un largo debate de muchos años en una institución legal y representativa que nos hemos dado los habitantes de la ciudad de México: la Asamblea Legislativa del DF, que no tiene como propósito socavar los valores morales ni religiosos de nadie; que lo único que se propone es quitar los castigos a aquellas mujeres que en un ejercicio pleno de libertad de conciencia decidan -en el marco de la ley- poner fin a un embarazo no deseado. Y en ese empeño se han esgrimido cientos de argumentos psicológicos, fisiológicos y sociológicos que han llevado a la conclusión de que se trata de un gravísimo y doloroso problema de salud pública. Además, claro, de un ejemplo verdaderamente patético de doble moral por aquello de las mujeres con recursos que aquí y en Houston abortan confortablemente, frente a las miles que mueren condenadas por una absurda clandestinidad criminal.
Ya decíamos que la desventaja para los nuevos cruzados es que no han expuesto argumentos convincentes ni científicos ni éticos. Y, peor aún, carecen de estatura moral para condenar cualquier cosa, cuando han guardado ominoso silencio ante las trapacerías mas abusivas de los poderosos del dinero y los gobiernos. Por el contrario, en ningún lugar del mundo como en México hay una Iglesia tan impúdicamente ligada a lo terrenal, tan comprometida con los excesos, tan superficial, tan frívola. Tan distante de los pobres. Tan lejos del cielo.
Por eso no es un asunto de fe. Ni siquiera religioso. Es un asunto eclesiástico. Y no sería la primera vez que la llamada Santa Madre Iglesia se mostrase más preocupada y ocupada en sus propios intereses que en los de su feligresía. Y para nadie es un secreto que esa falta de apego y comprensión de su realidad, ha provocado una de las más graves crisis en sus 2 mil años de historia. Baste ver los templos vacíos y semidesiertas las vocaciones sacerdotales. Tampoco pueden ocultarse los ríos de desertores que en las décadas y sobre todo años recientes han vuelto su mirada a otras opciones religiosas que se han fortalecido velozmente. Sólo así se explica la estridencia que ha generado el aborto. Eso y los infames escándalos de los curas pederastas que apenas hoy son lamentados tardíamente. Puros trucos de sobrevivencia. Y es que está claro que se trata también de una trampa. Meter al mismo costal los temas del aborto y la pederastia sacerdotal bajo el signo de cero tolerancia no es lógico ni justo. En el primer caso se trata de un acto individual. En cambio, el sacerdote pederasta es un criminal flagrante que viola y destruye la vida de un niño con premeditación, alevosía y ventaja.
Pero la Iglesia necesita una causa. Aunque ésta sea desesperada. Porque, además de los argumentos, hay una opinión pública cada vez mas informada que -según la gran mayoría de las encuestas- se pronuncia por que las mujeres decidan sobre su cuerpo, su maternidad y su destino.
A pesar de todo, el clero conservador y los mas diversos grupos de derecha y ultraderecha como los de El Yunque incrustado en el panismo, han decidido satanizar una legítima demanda ciudadana. Y en eso andan, azuzando desde los púlpitos y en los atrios. Juegan con fuego y el gobierno los arropa.
Sin embargo, condenarlos sería caer en su juego grotesco de sinrazones y descalificaciones. Pero sí hay que estar atentos al riesgo. La historia dentro y fuera nos ha dado durísimas y sangrientas lecciones.
ddn_rocha@hotmail.com