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LE NOUVEAU GOUVERNEMENT MEXICAIN EST ENTRE EN GUERRE SAINTE CONTRE SON PROPRE PEUPLE. ARRESTATIONS ARBITRAIRES D'HOMMES POLITIQUES COMME DE SIMPLES PASSANTS QUI AVAIENT LE MALHEUR DE SE TROUVER AU MAUVAIS ENDROIT AU MAUVAIS MOMENT, GENERALISATION DU VIOL DES PRISONNIERES, DE LA TORTURE Y COMPRIS SUR DES ENFANTS DE HUIT A DOUZE ANS , CENSURE DE TOUTE OPPOSITION... LA LUTTE NE FAIT QUE COMMENCER. El nuevo gobierno mexicano a entrado en guerra santa contra su propio pueblo. Imposición, traición, doble discurso, ruptura del pacto social, ningún respeto por los derechos humanos con la consiguiente tortura, prisión, muerte de luchadores sociales e inocentes. Censura y desprecio por la cultura y la educación.... LA LUCHA COMIENZA.

lundi 17 septembre 2007

HELGUERA
Juguete Nuevo

Mal tercio

Columna: Asimetrías
La Celebración

por Fausto Fernández Ponte

I

Los mexicanos celebramos como uno solo los aniversarios del Grito de Independencia de los novohispanos con respecto a los españoles, dado por Miguel Hidalgo ante lugareños de Dolores.

Ése fue un momento seminal de nuestra historia que, empero, no fue súbito, sino gradual: secuencia larga de interacciones de agentes de índole varia —económicos y políticos, sociales y culturales—.

Esas interacciones conformaban una realidad terrible: la mayoría originaria estaba condenada por España a un estado de "minoría de edad", envilecida en la miseria y vejada por las demás clases.

Sobre todas las miserias, los indios y las castas sufrían periódicamente el peor de los azotes: el hambre. Los impuestos draconianos tenían por fin financiar las guerras de la Corona en Europa.

Había, pues, descontento. Había muchos problemas sociales —esclavitud, desempleo, desigualdad, injusticia—, pero el más grave a inicios del siglo XIX era la explosión demográfica en las ciudades.

II

En algunas ocasiones, la plebe en las ciudades se amotinó y se fraguaron complots e intentos de rebelión apenas esbozados. Ninguno, empero, prosperó. El proletariado carecía de conciencia.

Y, por ende, también carecía de organización. Más no pocos novohispanos —desde los criollos o hijos de españoles nacidos aquí, hasta las castas e indios— tenían conciencia de esa realidad.

La guerra de independencia por venir tenía precursores. Pero faltaba la coyuntura favorable, la cual se dio en 1808 al invadir Napoleón a España y huir el rey Carlos IV y su hijo y sucesor Fernando.

Esos españoles, al verse abandonados por sus monarcas, se organizaron en juntas locales de gobierno. Y resistieron a los invasores franceses y al rey José Bonaparte, hermano de Napoleón designado por éste.

Noticias de esos sucedidos llegaron a la Nueva España y ello atizó la fogarata de inquietudes de los novohispanos: éstos tomaron conciencia de que podrían sacudirse el yugo de la Corona de España.

III

Lo que ocurrió después —de 1810 a 1821— es sabidísimo. Hidalgo y, luego, José María Morelos y muchos otros encabezaron la lucha armada por la independencia, hasta consumarla.

Hoy los mexicanos celebramos ese hito. Pero no huelga mencionar que esta celebración "en paz" y "en unidad" —según el espurio gobierno de facto— no oculta una realidad insoslayable: nuestra división.

Ello se vio en el Zócalo, la noche del 15 de septiembre, aunque los medios difusores hertzianos e impresos no lo hayan consignado. La gran plaza fue dividida en dos segmentos por barreras metálicas.

En un segmento, el de menor espacio —un tercio de la plaza—, una multitud afín al Presidente de Facto; en otro, otra muchedumbre, más gruesa, que escuchó y coreó el "grito" dado por Rosario Ibarra.

Doña Rosario, luchadora social, activista contra la represión del Estado mexicano a disidentes, hoy Senadora de la República, aludió a los desaparecidos con un estentóreo "¡viva! coreado por la gente.

Al hijo de doña Rosario, Jesús, el Estado lo desapareció en la década de los setenta. Pero el Estado continúa esa criminal y execrable práctica. Ominosamente, el número de desaparecidos aumenta.

ffponte@gmail.com

Glosario:

Explosión demográfica: crecimiento dramáticvo de la población.

Novohispanos: havbitantes de la Nueva España.

Secuencia: desarrollo de una consecuencia. Sucesión de sucedidos o de elementos encadenados entre sí.

Súbito: de repente. inesperadamente.

Zócalo de la noche triste

jornada

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
ciudadperdida_2000@yahoo.com.mxciudadangel@hotmail.com

Juntos, pero no revueltos

La fiesta VIP de Los Pinos

Vigilancia devino intimidación

La podríamos definir como la historia del Zócalo de la noche triste, más que por sus connotaciones históricas, por el hurto despreciable que se hizo de uno de los momentos de mayor libertad de un pueblo, que cuando menos los 15 de septiembre de cada año, se toma un pedazo de la noche para sentirse libre de gritar, libre de juguetear en el corazón de los poderes, sin mayor consecuencia en su contra, libre, en fin, de ser feliz por ser mexicano.

Primero les robaron su espacio, ese que les habían dicho que era de todos. Lo llenaron de barreras que les impedían el libre tránsito. Lo seccionaron para demostrarles que no todo el pueblo es pueblo, que de las vallas para allá, son unos, y de las vallas para acá, otros. Una semana antes se había dado la advertencia, cuando los artefactos de metal que harían la división aparecieron frente a Palacio Nacional.

Entonces descubrieron que el Zócalo que les aseguraron era de todos, no sería para ellos, y que habrían de conformarse con el pedazo que les dejaran, si acaso. No podían imaginar que los obligarían a concentrarse en el lado poniente de la plaza mayor de México, es decir, al fondo del Zócalo, si es que ponemos el Palacio Nacional como cabeza, pero se conformaron porque estaban seguros que sus pulmones, pese al esmog, tendrían la fuerza necesaria para que su grito, el de los libres, llegara hasta el balcón central, pero les robaron la voz.

En la jugarreta de la mentira, lo importante es ocultar lo cierto: la realidad, y para eso los panistas son únicos, dispusieron de altavoces, las más grandes, las más potentes, para acallar la voz de la gente, para silenciar la protesta esperada, para enmudecerlos. Ruido, mucho ruido. Que todos queden sordos antes que lastimar con las voces de la inconformidad, los oídos de quienes decidieron que el ruido es mejor que mil palabras.

Y se hizo el ruido, un estruendo sin sentido que rompía, tal vez para siempre, la comunicación casi sagrada que durante casi 200 años se dio entre el balcón central y la gente. A la arenga de Felipe Calderón sólo respondería el eco del ruido, que desarticulado y caótico, produce el más temible de los silencios. Les habían robado la voz, el derecho a gritar, eso que aquellos tanto reclaman: la libre expresión. Pero a final de cuentas era 15 en la noche y era un deber estar felices, pero les robaron la felicidad.

De pronto se dieron cuenta de que como nunca estaban vigilados por cientos, miles de ojos que los acechaban, ojos incrustados en esas cabezas semirrapadas que parecían aguardar cautelosamente el momento preciso del ataque. La vigilancia ahora se convirtió en acciones intimidatorias. La plaza se llenó de restricciones, de reglas no acostumbradas, de miedos que asesinaron el contento, la felicidad.

La mitad del Zócalo, tal vez más, oscurecido para no mostrar sus oquedades, se quedó vacío. Los del otro lado de las vallas, mudos, sordos y ciegos, esperaron las once de la noche con la única esperanza de que su rostro saliera en la tele, pero ni ese gusto consiguieron. Las cámara mostraron pequeños grupos amorfos de bocas cerradas y brazos caídos.

Eran esas cámaras siempre cómplices, que una y otra vez iban y venían a la bandera, al balcón central, a los fuegos artificiales, a este y a otro estado de la República donde la gente se veía gozosa, y a veces, breves tomas sobre el Zócalo ensombrecido, que aún en sus tinieblas dejaba entrever amplios vacíos.

Como nunca, la noche se tornó triste en el Zócalo a las once de la noche. Unos minutos antes Los libres habían gritado sus consignas, y después abandonaron el lugar que no les habían podido robar. De cualquier modo, al final de la noche, supieron que los otros podían robarles casi todo, pero como siempre su dignidad, salió ilesa.

Y luego quedó la pregunta que nadie quiso responder. ¿Valió la pena tanto hurto? ¿Tanta necedad? Ya vendrán mejores tiempos, aseguró con coraje uno que antes de la una de la mañana llegó a un antro de la Condesa, para empezar el festejo.