| Cerca de 18 mil personas posaron desnudas en el Zócalo de la Ciudad de México Foto: miguel dimayuga | |
Proceso
¡Fuera ropa! jorge pérez albarrán México, D.F., 7 de mayo (apro).- El viernes por la noche Marisol me avisó: “El domingo tenemos que estar a las 4:30 en el Zócalo para la instalación de Spencer Tunik”.
Sorprendido, le respondí: “¿Estás loca? Ni creas que voy a ir a esas jaladas…”
Domingo 6 de mayo, 4:00 a.m.El frío de la madrugada no se ha dejado sentir. La esquina del eje central Lázaro Cárdenas y 16 de septiembre, es nuestro destino. Parece Noche Mexicana, la muchedumbre camina aprisa, como si temiera no llegar a tiempo. La cita es a las 4:30 de la madrugada. La fila, desde Palma, termina en Motolinía. Un grupo de melenudos, al parecer universitarios, llega cantando. “Parece una estudiantina”, dice en tono festivo una señora con el cabello teñido de rubio formada delante de nosotros; la acompañan dos hijas.
La espera no es larga, en 10 minutos entramos a la Plaza de la Constitución. Mis nervios aumentan. “Yo no sé qué carajo hacemos en este mitote; nos encanta el argüende… Mira a esos cabrones, vienen de morbosos…”, reclamo molesto a Marisol. “Lo que pasa es que no aprecias el arte”, responde con ironía e indiferencia.
En el área destinada a la espera, una mujer da indicaciones por medio de un altavoz; no se alcanzan a escuchar por la algarabía. “¿Qué dijo, gordo?”, pregunta una morena de busto exuberante a su novio.
El “staff de Spencer” se toma en serio su papel, caminan aprisa de un lado a otro; se les ve hablando por celular; algunos dan instrucciones, otros las reciben. Se sienten importantes. Un aire de insuficiencia se les nota en el rostro, en su andar...
“Todos sentados, por favor”, dice una güera delgadita. Una rechifla, es la respuesta.
“Siéntense por favor. En este lugar van a dejar sus cosas, por lo que es necesario que se fijen bien en el área donde están para que aquí mismo las recojan. Nada se va a perder, aquí las vamos a cuidar.” Sin querer, tuvimos que sentarnos, con las piernas dobladas, como en posición de loto; uno atrás de otro, “como de trenecito”. El frío asfalto pronto empieza a entumecerme las nalgas. Las rodillas ya me duelen.
La ansiedad de la espera empieza a notarse, los nervios provocan que ante cualquier tontería la risa, entre tímida y franca, salga a flote. “¡Qué se desnuden!, ¡Que se desnuden!” Corean algunos cada vez que alguien del “staff” o algún policía pasa corriendo, mientras el resto ríe.
Rogelio, un invidente, llega saludando a todos. Le aplauden su “osadía”. Tres universitarios lanzan
goyas, como telón de fondo a un frustrado
strepease. De pronto una tímida “ola”; en el segundo intento sale mejor. Como en toda reunión masiva que se precie de ser, la ola debe hacer su aparición, como si fuera la señal para mostrar la alegría y festividad de los mexicanos.
Después de varias visitas a los mingitorios portátiles, buen pretexto para estirar las piernas y fumar un cigarrillo, el cansancio comienza a hacer mella, la algarabía que pretendían mostrar los participantes, se ha esfumado. El frío empieza a sentirse. Los bostezos ya son constantes. “Se me hace que aquí me rajo”, pienso; tengo mucho sueño.
Aproximadamente las 6:30 Spencer Tunik habla por primera vez a la muchedumbre. Renace la festividad; se escuchan algunas consignas: “Spencer, hermano, ya eres mexicano”, “¡Norberto Rivera, el pueblo se te encuera!”.
Después el tradicional “¡Mé-xi-co, Mé-xi-co!”, como si estuviéramos en el mundial o en alguna competencia; y para muchos así era: “Nos venimos directo del
buter, mana, hay que romper el récord”, le dice un chavo a otro joven que ya esperaba junto con otros amigos. “
Charis, ¿crees que impongamos récord?”, pregunta ingenua una universitaria a su amiga. “¡Se van a chingar los de Barcelona! Culeros”, grita un
darketo que sobresale por su corte estilo mohicano pintado con los colores del arco iris.
6:45 a.m. Fuera ropaDesde el altavoz Spencer Tunik inicia la cuenta regresiva: 3, 2, 1… ¡Fuera ropa! Siento la cara caliente, tengo taquicardia. Marisol fue a estirar las piernas y no llega. Estoy pendiente, nervioso… La mayoría ya camina presuroso –algunos corren— hacia la plancha del Zócalo que luce vacío sin la bandera nacional. Ni los tenis me he descalzado.
Ya sin ropa nos unimos al contingente. Una sensación de alegría me invade, me siento libre, sin frío, contento. Curiosamente, la desnudez de miles de personas desaparece ante mis ojos. Veo cientos de mujeres y hombres a mi alrededor, sólo eso. Son pieles morenas, blancas --como pollos congelados--, negras; algunas con celulitis, otras con exuberantes curvas, con desarrollados músculos o escuálida figura. Hay algunos gordos, flacos, fornidos; lampiños, velludos… Es una masa heterogénea. Por fin, después de casi tres horas de espera unos 18 mil mexicanos estamos desnudos uno frente a otro, listos para escuchar las indicaciones y posar para la “instalación”, la “obra de arte” de este neoyorquino que desde hace cinco años se dedica a retratar la desnudez humana por todo el mundo. Las campanas de la Catedral callan; no hay llamado a misa de ocho. Se suspendió.
Después de una hora y de la alegría provocada por el
shock inicial. El frío comienza a calar. Cada quien, como puede, intenta entrar en calor. Algunos saltan, otros se frotan brazos y piernas; mis orejas están frías… lo demás también. Las poses para las tomas son rápidas.
De camino hacia 20 de Noviembre para una de las tomas, al pasar junto a la sede del Gobierno del Distrito Federal, espontáneamente surgen las consignas: “¡Voto por voto, casilla por casilla!”, “Sí al aborto”, “¡Queremos solución! ¡Queremos solución!”…
A las 8:30, Tunik les da las gracias a los hombres y se queda con las mujeres para la tercera sesión de fotos. Mientras me visto, tengo una sensación muy agradable; estoy contento, sonrío… Miro a mi alrededor y veo con gusto a la gente. “Cuando llegue la foto, la pondré enmarcada en la sala de mi departamento”, pienso. “Spencer, hermano, ya nos viste el ano”, gritan algunos.
Un señor de la tercera edad que también sonríe me comenta:
“Cómo ve, ora sí, nos encueramos delante de Norberto… ¿Usté también va a esperar a su vieja?”