Bush: símiles contraproducentes
Ayer, en el contexto de un discurso pronunciado ante veteranos de guerra, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, defendió enérgicamente, con base en referencias históricas tan equívocas como desafortunadas, la ocupación de Irak por el ejército estadunidense. Afirmó que “los ideales y los intereses” que guiaron el accionar de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial son “los mismos” que lo han llevado a “permanecer comprometido” con Irak. Con tal declaración, Bush planteó –tal vez de manera involuntaria– un símil apropiado para describir lo que su gobierno llama “guerra contra el terrorismo” y que no es sino una oleada de expansionismo en muchos sentidos comparable a la que emprendió la Alemania nazi a partir de 1939.
En efecto, de 1939 a la fecha “el carácter fundamental de la lucha” entre pueblos agredidos y estados agresores no ha cambiado significativamente. Lo que sí ha cambiado es la posición de algunos de los protagonistas en uno y otro momento histórico: mientras que en la quinta década del siglo pasado Estados Unidos, junto con otros países, enfrentó en Europa los delirios de dominación mundial del fascismo, en los años recientes Washington ha hecho suya la “visión sin piedad de cómo tiene que funcionar la humanidad”, para decirlo en palabras de quien sea que haya escrito la alocución que el presidente estadunidense pronunció ayer. La pérdida de referentes morales por parte de la Casa Blanca es de tal magnitud que Bush recurre ahora a evocaciones históricas contraproducentes como la del conflicto bélico más sangriento de la historia mundial, que obliga a comparar a los agresores actuales de Afganistán y de Irak con quienes invadieron, hace seis décadas, Polonia, Checoslovaquia y Francia.
Para colmo, el gobernante echó mano de otra referencia histórica que no le es nada favorable: la guerra de Vietnam, conflicto emblemático de las derrotas autoinfligidas por la arrogancia criminal de Estados Unidos. Hasta ahora, Washington se había negado sistemáticamente a comparar su incursión en Irak con la realizada cuatro décadas antes en Vietnam, pero ayer Bush hizo alusión a ese conflicto, acaso sin darse cuenta que el solo paralelismo es ya la admisión implícita de la derrota. Con el argumento de que “el precio de la retirada estadunidense fue pagado por millones de ciudadanos inocentes” en Vietnam, Bush pretende sostener que el retiro de las fuerzas de la coalición invasora de territorio iraquí “sería devastador” para la población de ese país, sin más referencia real que las corrientes de emigración de vietnamitas tras la guerra y sin hacer mención a los millones de civiles que murieron bajo el fuego de las tropas de Estados Unidos en el sureste asiático. Lo cierto es que la ocupación estadunidense en Irak ya ha cobrado la vida de cientos de miles de civiles iraquíes, además de que ha causado un número considerable de bajas en las filas invasoras.
Durante los años 60 y 70 del siglo pasado, el gobierno de Estados Unidos no pudo o no quiso ver la imposibilidad de derrotar al Vietcong y al gobierno de Vietnam del Norte, y prolongó de manera absurda y criminal su participación en el conflicto. Lo dicho ayer por Bush deja ver su desesperación ante la perspectiva de derrota que enfrentan las tropas enviadas por él a ocupar y destruir Irak, y ante la masiva y sostenida pérdida de respaldo ciudadano a su aventura bélica. Tal situación debiera ser un aliciente para que el grueso de la clase política estadunidense ponga fin al empecinamiento de su presidente y lo obligue a detener la agresión en curso contra Irak. Washington debe entender que mientras más tiempo dure la ocupación de ese país, más catastrófica y humillante será la derrota para Estados Unidos.