El fracaso del proyecto neoliberal
El gobierno multipolarLos años 90 significaron el dibujo de una pinza al reformismo. Por abajo, la irrupción de nuevos movimientos, cuyo mapa se trazaba uniendo las coordenadas Chiapas-Seattle, abría una nueva perspectiva para la acción política: el deseo colectivo de radicalización del hecho democrático se apoyaba en un rechazo de las viejas dinámicas de la política, también de los partidos. Por arriba, el neoliberalismo culminaba su mensaje imponente: se terminaron las mediaciones. El desmantelamiento definitivo, tanto del régimen fordista de acumulación como del modo keynesiano de regulación social, significaba decretar el estado de extinción de una etapa histórica de reformismo capitalista que había encontrado lo mismo en el consumo de masas que en la mediación de grandes instancias sindicales, dos dispositivos eficaces de integración del conflicto social. La irrupción del unilateralismo estadunidense y del régimen de guerra permanente en el escenario global tras el 11-S significaba un mensaje aparentemente definitivo: hemos decretado el fin de las mediaciones. En nuestros días, el fracaso del proyecto neoliberal se dispara precisamente en su pretensión de proscribir la construcción de consensos y desechar la articulación de mediaciones sociales. La guerra hecha política no funciona. El desgaste imparable del unilateralismo va más allá de un Bush acosado por la cámara de representantes o la opinión pública. Señala el límite de una dinámica política de gobierno que ha empujado al vacío a la gobernabilidad misma: la guerra no pacifica, se muestra incapaz de atajar la creciente ingobernabilidad del mundo. Gran parte de las elites europeas hace tiempo que se dieron cuenta de ello. La apuesta decidida de Rodríguez Zapatero por articular una alternativa a Bush no era tanto una disposición ética, como una estrategia. Gobernar no es ya producir un orden, sino administrar el desorden. Ese ejercicio de administración se muestra ineficaz desde dinámicas de fuerza y de imposición: sólo es capaz de funcionar en términos de modulación y de articulación de consensos o, en su defecto, de construcción semiótica de simulacros de consenso. Sarkozy es el alumno más aventajado en la multilateralización del ejercicio político del gobierno. Ha integrado en su equipo a activistas sociales, reputados políticos de izquierda y mujeres árabes. No es sólo el síntoma de una nueva pragmática que se propone atajar la actual crisis de legitimidad del mando. Representa además la renuncia definitiva a la recomposición del ejercicio del gobierno y de los procesos de acumulación capitalista mediante mecanismos de unificación trascendental. Sarkozy sabe que hoy solamente es posible inscribir los conflictos sociales y los procesos administrativos en mediaciones del poder de carácter particular, flexible y multipolar. Es una exigencia capitalista. Por cierto, Lula también lo sabe. Hace unos días Sarkozy apelaba al poder atómico de Francia a bordo de un potente submarino nuclear. Días antes, Lula hacía apología de la energía atómica y anunciaba una dotación presupuestaria de 68 millones de dólares para concluir la construcción del primer submarino brasileño a propulsión nuclear. La izquierda y la derecha atómicas: los dos lados del espejo multilateral. No es una mera coincidencia, sino un capítulo más de la fusión nuclear por arriba de la izquierda y la derecha. Interrogarnos sobre gobiernos como los de Lula, Kirchner o Bachelet pasa necesariamente por conectar la materialidad de sus políticas, cada vez más alejadas de los sujetos y los conflictos sociales que les auparon al poder, con la inyección de legitimidad en la gestión sistémica del desorden latinoamericano que necesita el capital global. Son nombres del nuevo mando multilateral. En esa misma conexión hay que situar las preguntas sobre los futuros de López Obrador. El unilateralismo de Calderón es cada vez más una anomalía. Los enormes focos de resistencia y conflicto social que empapan México subrayan que la guerra hecha política no pacifica. La ingobernabilidad creciente necesita por arriba de una lógica multipolar, capaz de un consenso que vuelva a reconstituir la legitimidad tanto de las políticas económicas neoliberales, como del propio ejercicio de gobierno, posibilitando la recomposición de un poder soberano que en México se muestra especialmente descompuesto y escindido. Va a ser cada vez más evidente. Es cuestión de tiempo. AMLO lo sabe. Quizá por eso se mostró tan seguro en su última puesta en escena. * Miembro del Grupo de Investigación en Ciencias Sociales del Trabajo Charles Babbage de la Universidad Complutense de Madrid |
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