Union!
México en el caminoA mi amada, que sigue viviendo en mi amor y en mi memoria Hoy en día casi nadie duda de que vivimos en una época de extrema confusión. Tal vez sea por eso que los balances, los diagnósticos y hasta los pronósticos parecen obligados en todos los análisis de la realidad política actual. Eso no está mal. Es más, habría que agradecerlos porque siempre ayudan a pensar en lo que estamos viviendo y experimentando. Algo que en primer término arrojan tales análisis es la visión de un país dividido casi a la mitad entre una derecha agresiva y beligerante y una izquierda que llegó a tener muy serias posibilidades de ganar la Presidencia de la República. Es difícil saber, aun con la ayuda de las encuestas, qué porción de la sociedad es realmente de derecha y cuál realmente de izquierda; pero de lo que no hay duda es de que de los polos que concentran las posiciones políticas, uno es de derecha y el otro es de izquierda. En esta confrontación, casi ya no tiene sentido y quién sabe por cuánto tiempo, hablar de un centro que atrae a las fuerzas en lucha, como el campo ideal para alcanzar acuerdos y convenios. La polarización es evidente. Se dice también que el PRI, como tercera fuerza política, es el partido bisagra, que tiene en sus manos la posibilidad de decidir qué posición prevalece. Yo no estoy muy seguro de ello. Para que el PRI desempeñara efectivamente ese papel tendría que ser un partido unificado y con una línea política y programática muy clara. He seguido con la máxima atención el accionar de ese partido después de las elecciones nacionales y lo menos que veo es un partido unificado. Se ve, sin ninguna dificultad, que priva entre los priístas una terrible confusión en sus filas y lo que menos hay es claridad en sus objetivos. El partido está en dispersión, sus cuadros dirigentes se muestran más proclives a satisfacer sus intereses personales o de grupo y, lo peor de todo, no caminan en la misma dirección. Los reales dirigentes del PRI (muy identificados ya en los coordinadores de las bancadas parlamentarias y en los gobernadores) se ven más ansiosos de alcanzar acuerdos con el gobierno panista, aunque tales acuerdos vayan totalmente en contra de los documentos básicos de su partido, que interesados en conformar alianzas, hacia la derecha o hacia la izquierda, que les permitieran realizar objetivos propios, de partido. Ese desorden descomunal que se puede observar en las filas del PRI lleva a una conclusión que parece inexorable: en el tricolor se está protagonizando una polarización igual a la que se observa en la sociedad entre una izquierda y una derecha. Hay que advertir, sin embargo, que ese fenómeno de polarización no es exclusivo del PRI. Resulta crucial porque ese partido desea jugar el rol de partido bisagra, pero con las particularidades que hemos visto. Empero, en todos los partidos se está dando el mismo fenómeno. Para no confundirnos digamos que, aquí, izquierda y derecha significan nada más que estar en favor del progreso de nuestras instituciones, de nuestra economía y de la sociedad, si bien es difícil, si no imposible, saber lo que eso significa, o estar en contra. Estar en favor del bienestar social o estar en favor de los privilegios. En esa tesitura, la polarización afecta a todas las organizaciones políticas, inclusive a la que es emblemática de la izquierda: el PRD y también a una institución que estamos acostumbrados a definir, in toto, como de derecha, la Iglesia católica. Yo creo que este extraño fenómeno que se está observando en México tiene una explicación coherente y la podemos encontrar en la naturaleza misma de las vicisitudes del cambio político y social que está experimentando el país. A veces nos parece anormal lo que estamos viendo; a los priístas, sobre todo, debe parecerles que no es normal esta semianarquía que propicia el mal gobierno panista, cuando ellos solían resolver los problemas de manera expedita y sin tantos escándalos públicos; no parece normal que hayamos padecido a un idiota gobernando el país durante seis años; no parece normal, en fin, esa polarización extrema entre derecha e izquierda en la que hemos desembocado. Lo que nos parezca, empero, no tiene la mayor importancia. Estábamos acostumbrados a vivir en una sociedad simple, sin polarizaciones como la que ahora observamos. Hoy la vida es terriblemente más complicada, tanto que nos cuesta mucho trabajo, mucho más que antes, entenderla. Hemos llegado a ser la economía más grande de América Latina (y muy pronto dejaremos de serlo si Brasil sigue progresando y nosotros seguimos estancados); jamás habíamos visto un despliegue tan brutal del poder del narcotráfico como ahora se nos aparece; nuestros emigrantes no eran un problema mayor y hoy representan una monstruosa realidad; siempre supimos tratar en pie de igualdad, aunque no éramos iguales, con los poderosos y ahora estamos más subordinados y sometidos que nunca; nuestra sociedad jamás estuvo tan integrada nacionalmente y, a la vez, tan disgregada y abigarrada como ahora, para mencionar sólo algunos problemas. Vivimos una etapa crucial, en la que se va a decidir nuestro destino y nuestra viabilidad como nación, y no es hipérbole. Esa polarización entre derecha e izquierda a la que antes me refería, creo, es el mayor problema al que nos enfrentamos hoy y debemos darle un cauce que no nos conduzca al abismo. Un problema adicional es que la izquierda, cuando logra entenderla, le teme a esa polarización, mientras que la derecha, clara y conscientemente, la está buscando y la está radicalizando. Eso lo podemos ver a todo lo largo y ancho del escenario político. Antes había sólo temas políticos simples de los cuales se discutía de forma desigual, pero siempre sencillamente. Hoy es muy difícil pensar ante una realidad infinitamente más complicada y, a veces, caótica, y menos ante la balumba de acontecimientos y hechos que no nos dan tregua para saber lo que está pasando. Las embestidas derechistas (de todas las derechas) son cada vez más numerosas, abiertas, desafiantes y violentas; las respuestas de la izquierda son imperceptibles, como si no se diera cuenta de que la están llevando al matadero, en donde hay que hacer las cuentas finales, que son en las que piensa la derecha (la izquierda, afortunadamente, ha dejado de pensar en cuentas finales). La derecha está ya continuamente a la ofensiva, está planteando todas sus causas históricas (algunas que pensábamos se habían resuelto en el siglo XIX) y las ha sembrado profundamente en el teatro de la política nacional. Y la izquierda (todas las izquierdas) no sabe qué hacer ni qué responder. Eso es lamentable y muy peligroso, no sólo para la izquierda, sino para la nación entera. El de la derecha es un pensamiento simple, elemental; no se mete en complicaciones metafísicas; es directo y razona a bulto. Pero el pensamiento no lo decide todo. La derecha tiene sólo intereses y a ellos responde. Son muchísimos intereses. Hoy la derecha es tan ecuménica, variopinta y diversificada como jamás antes lo fue. Y lo peor es que ha cobrado una muy clara conciencia de ello y sabe actuar de consuno, sin sectarismos o credos aislantes. Ha madurado, de eso no puede caber ninguna duda. Además, ha conquistado el poder y da muestras de no querer soltarlo por nada del mundo. Hoy es más fuerte que nunca. Ni siquiera necesita ya de centros directores que la conduzcan. En ella opera una especie de mano invisible que la unifica y la hace actuar sin fisuras. Son los sacrosantos intereses que, a veces, es muy difícil saber cuáles son. La izquierda, por su lado, sigue haciendo mítines (cada vez menos vistosos y trascendentes) y actúa en los debates parlamentarios con un gran sentido de responsabilidad, si bien nunca explica el porqué de sus acciones ni a su militancia ni a la ciudadanía. No acaba de ser una izquierda analítica, estudiosa y comprometida con las soluciones a los problemas que enfrenta. Decía un dirigente comunista chileno de antes del golpe de Estado pinochetista, Luis Corbalán, que "de la problemática hay que pasar a la solucionática". La izquierda mexicana carece de estrategia y de capacidad "solucionática". Se enreda fácilmente en sus conflictos internos y se paraliza ante las embestidas derechistas. A mí pareció una idea muy buena que López Obrador formara su gabinete "a la sombra"; pero lo que debía hacer y no hace (y se los dije a varios dirigentes perredistas) era utilizar ese instrumento para legislar. Creo que muy pocos me entendieron. El gabinete "a la sombra", en mi opinión, debería convertirse en un órgano legislativo, que hiciera muchas, muchísimas propuestas de ley y las difundiera (inclusive en sus mítines), las propusiera por medio de sus grupos parlamentarios y movilizara a sus seguidores en pos de ellas. Si no hace eso, creo, no sirve para maldita la cosa. Debería, desde luego, tomar muy en serio a esa derecha beligerante, provocadora y cuentafinalista que busca aniquilarla. Pienso que hoy no podemos ver bien y a fondo en la realidad nacional si no partimos de esa polarización a la que antes me refería. Y no sólo es un punto de partida; debería ser el prisma a través del cual podríamos enfocar toda la política y toda la problemática nacional. Como suele suceder, todo dependerá de nosotros. |
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