Algo de lo que se ha escrito sobre Morelia
Ante la barbarie, respuesta improcedente
La noche del lunes pasado, durante la celebración del 198 aniversario del inicio de la Independencia, varios artefactos explosivos fueron activados en la repleta plaza Melchor Ocampo, de Morelia, Michoacán. El saldo del atentado es, según cifras de la procuraduría estatal, de siete muertos y más de un centenar de heridos.
El ataque, abominable desde cualquier perspectiva, constituye un nuevo escalón en la barbarie que sacude al territorio nacional, en la medida en que ha tomado como objetivo a personas inocentes y ajenas a los conflictos entre organizaciones criminales y a las pugnas entre éstas y las corporaciones de seguridad pública.
Si se considera que este atentando artero contra civiles fue perpetrado en la ciudad natal del titular del Ejecutivo federal, en el momento culminante de la más significativa ceremonia republicana y horas antes de la mayor exhibición de fuerza militar por parte del poder público –es decir, con la garantía de una cobertura informativa masificada e instantánea–, es inevitable percibir en esta atrocidad tanto la intención de provocar un impacto mediático de gran escala en todo el país como la carga simbólica de un inequívoco mensaje de desafío a las más altas instancias del Estado.
La sociedad se encuentra ante un hecho delictivo de extremada violencia que escapa, al parecer, a la lógica tradicional de disputas territoriales, venganzas y ajustes de cuentas en el seno de la delincuencia organizada, y asiste al surgimiento de ataques homicidas perpetrados sin otro propósito que causar pánico y zozobra en la población y en las autoridades.
En el desfile militar de ayer, en un discurso fuera de programa, Felipe Calderón Hinojosa formuló severas descalificaciones contra los autores del atentado, lo vinculó de alguna forma con la fractura política que vive el país, exhortó a la oposición a renunciar a sus posturas e hizo un enésimo llamado a la unidad nacional que, según él, ameritan sus estrategias contra la criminalidad. La alocución referida falló en el tono, expresó ideas erróneas y, lejos de aportar elementos para la comprensión de lo ocurrido, introdujo factores adicionales de confusión ante la opinión pública: en una circunstancia como la presente cabe esperar de una jefatura de Estado firmeza, sí, pero también serenidad y mesura en la formulación de los problemas. En cambio, los ácidos denuestos vertidos por Calderón contra los agresores criminales dejaron ver inseguridad y descontrol. Adicionalmente, por más que haya resultado tentador el empleo de la expresión “traidores a la patria” en un discurso de 16 de septiembre, llamar así a quienes, en rigor, no lo son –y no hay aquí afán alguno de exculpar a los responsables del atentado, sino reclamo de precisión conceptual–, confunde y distorsiona la percepción pública del fenómeno delictivo. Lo más preocupante del mensaje comentado es la referencia a la polarización política que afecta a la ciudadanía, como si esa división fuese un factor causal o un agravante de la escalada de violencia delictiva y como si, para erradicarla, bastara con que la oposición depusiera sus diferencias con la administración actual.
La fractura referida, hay que recordarlo, no empezó antenoche en el Zócalo capitalino, sino en las postrimerías del foxismo, cuando el régimen intentó impedir por todos los medios –legales e ilegales– la llegada al poder de un proyecto alternativo de sociedad y de país, y se profundizó en el desaseado proceso electoral de julio de 2006, que culminó con la conformación de una presidencia impugnada por un tercio del electorado y deficitaria en legitimidad. El colapso de la seguridad pública y la ofensiva de la criminalidad, en cambio, son resultado de la desintegración social causada por el ciclo de gobiernos neoliberales todavía vigente y por la falta de visión y pericia de la actual administración.
El movimiento opositor al que Calderón Hinojosa exhortó ayer a la claudicación es, sin embargo, diametralmente opuesto a la salvaje violencia delictiva que se hizo notar en Morelia: mientras que ésta sembraba la muerte, el dolor y el pánico en la plaza central de esa ciudad, los seguidores de Andrés Manuel López Obrador hacían gala de civismo y espíritu pacífico en el principal espacio público de la ciudad de México, cercado por las fuerzas federales de seguridad, y que, sin embargo, fue ocupado, utilizado y desalojado en completo orden y disciplina por los integrantes de la resistencia civil. No hay razón ni justificación, por lo tanto, para mezclar, en una misma alocución, asuntos tan distintos e inconexos como las contiendas políticas en curso y el sangriento acoso de la criminalidad organizada.
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Julio Hernández López
Una primera lectura de lo sucedido la noche del 15 en Morelia apunta sin duda a Felipe Calderón como el blanco político escogido. Fue en su tierra natal (donde, además, residen varios de sus familiares) y donde 10 días después de haberse hecho del poder había arrancado la llamada “guerra contra el narcotráfico” (11 de diciembre de 2006, cuando el “gabinete de seguridad” anunció la Operación Conjunta Michoacán, primer paso de lo que sería la actual “guerra contra el narcotráfico”). Y fue virtualmente a la misma hora en que ese político cumplía con la ceremonia oficial del grito de Independencia, en un Zócalo que una hora atrás había escuchado un discurso opositor reiterativo que sin embargo constituyó por sí mismo la confirmación de que el poder real no está en los recintos oficiales.
Pero la estrategia del gobierno de facto pasa por convertir todo error en virtud y toda desgracia social en oportunidad de legitimación. Sonriente, casi triunfador, Calderón es capaz de convocar a un concurso nacional de detección del trámite más inútil de los que su gobierno impone a los ciudadanos, como si él fuera ajeno a lo que sucede, una especie de ONG con domicilio provisional en Los Pinos para recibir donaciones y reclutar voluntarios para luchar contra los abusos del poder establecido. En ese tenor, lo más grave ha sido la transmutación de episodios dolorosos en estrategias políticas perversas: el asesinato del hijo secuestrado de un próspero empresario fue utilizado para promover la aparición y movimiento de una fuerza social de clase media y grupos derechistas que sin programa ni organización política ayudaron a sustituir en la agenda política el tema de la defensa del petróleo por el de la lucha contra la inseguridad pública.
Y, ahora, la peculiar nueva gradación de los ataques armados de ciertos narcotraficantes (¿por qué o para qué habrían de atentar contra población inocente?, ¿cuál es la ganancia esperada de quienes hasta ahora han actuado con cierto éxito, para sus propósitos, mediante mantas informativas y ataques directos a policías y militares?) es utilizada por el habitante provisional de Los Pinos para convocar a los mexicanos a cerrar filas en derredor de su gobierno, un gobierno largamente impugnado por su origen electoral fraudulento, por la división social que impuso, por las políticas altamente dañinas para el interés nacional que impulsa y, además, por haber sumido al país en un baño de sangre a causa de una “guerra” contra el narcotráfico que él determinó por sus intereses específicos de militarizar al país (para así tomar control de él, aunque sólo fuera por las armas sacadas a las calles, y para estar en condiciones de enfrentar revueltas o protestas sociales), de servir a los planes estratégicos de Estados Unidos y, también, de establecer nuevas reglas de mercado, con nuevos gerentes nacionales y regionales, en el negocio imparable de las drogas.
La pretensión felipista de aprovechar los sucesos trágicos de Morelia para abonar sus tierras sin títulos válidos queda de manifiesto en el discurso que ayer pronunció ante el Ángel de la Independencia. No hubo ningún asomo de autocrítica en relación con una “guerra” tan mal llevada y planteada que hoy ha comenzado a pagar masivamente víctimas inocentes. Lo que más importó al comandante en jefe del Ejército Mexicano fue insistir en la importancia de que haya unidad nacional, “sin importar creencias, sin importar posiciones ideológicas”, una unidad “sin excepción ni cortapisa”, en la que no haya lugar para quienes “pretenden sembrar el miedo o el desaliento para satisfacer ambiciones o intereses personales o de grupo”. Las palabras de Calderón parecerían dirigidas más a las contiendas políticas, partidistas y electorales, y en especial en la lucha cerrada en defensa del petróleo que mexicanos decididos han anunciado: “La Patria, La Patria exige la unidad nacional, unidad que supone un repudio unánime y sin matices a tan repudiables hechos, unidad que implica dejar ya a un lado acciones o intereses que buscan dividir a los mexicanos”. Declarado por sí mismo intérprete y vocero de La Patria, el predestinado Calderón dejó en claro, enseguida, que si habla a nombre de ella es porque, en realidad, ella ha encarnado en él (La Patria soy yo: letrero de ganga en un sillón Felipe XIV): “Unidad que asume el hecho de que toda la fuerza de los mexicanos, concentrada en las instituciones que lo representan (‘Yo soy el representante, yo, yo’, grita entusiasmado un ciclista fallido a mitad de esa frase), y en el Estado que organiza a la Nación, se aboque, precisamente, a esta prioridad nacional”. ¿Guerra contra el narcotráfico o guerra contra AMLO y la defensa del petróleo?: “La Patria exige unidad en los mexicanos. Se puede discrepar pero no deliberadamente dividir y enconar. Se puede opinar distinto en la libertad que nos han heredado nuestros próceres, en el marco de libertad que el propio Estado garantiza, pero no se puede atentar contra el Estado mismo. Por eso, en nombre de la República demando a todos los mexicanos, sin excepción, en esta hora crítica, la unidad que México necesita”* * *
El parteaguas de Morelia
• ¡¿Y el Tío, apá…?!
• Debilidad institucional
La más peligrosa de todas las debilidades, mi estimado, es el temor de parecer débil. El fracturado (des)gobierno de Felipe Calderón, en todas sus áreas, está completamente rebasado por el tsunami de violencia, en donde los delicados acontecimientos sucedidos en su estado natal, Michoacán, en plena conmemoración del Grito de Independencia, ha manifestado el desafío que ya escaló un nivel más en esta peligrosa espiral que confirma lo escrito en este irreverente espacio hace ya demasiadas lunas: algo muy grande está por suceder en este país, donde el organizado crimen opera desde dentro de la estructura del Estado sin que el inservible Gymboree y su jefecito tomen simpáticas medidas al respecto.
Morelia, my friend, es ya un parteaguas en su mal llamada guerra, que costará muchas vidas, contra el narcotráfico, donde con los decesos de varios civiles inocentes, se abre un capítulo muy distinto que en principio derrumba el estúpido sonsonete presidencial de que la sangría de violencia sólo implicaba a operadores y/o sicarios de los diversos cárteles que, va de más decir, no respetan ni le temen a Felipe y su gobierno.
Septiembre será un mes para recordar… porque la peligrosa fiesta calienta motores. Sobre todo porque septiembre es el mes patrio y… de los mensajes que ya vienen de regreso. La reciente cronología de riesgosos acontecimientos con el sello de los traviesos ha sido, por su precisión, escalofriante.
Michoacán fue el fanfarroneado punto de partida de la dizque estrategia federal de estos imb… erbes en el poder (del evidente no poder) la cual devela 21 meses después que es errónea, equivocada, inexacta y simulada.
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