Decadencia
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MARZO 2004
Durante años nos vendieron las bondades del "American Way of life", ejemplo de progreso, democracia y libertad. Pero el sueño americano se agota. Su modelo económico resulta insostenible, las libertades personales se reducen día a día y los valores que exportan no convencen. El mundo no quiere mirarse en el espejo americano.
Texto: Carolina Fernández
La tierra de las libertades, el paraíso de las oportunidades, el oasis de la libertad de expresión, el país de vanguardia que ensalzaba el valor potencial del individuo por encima de su clase social, su religión o su sexo, el lugar donde triunfar por uno mismo era posible... todo forma parte del mito sobre Norteamérica. Hoy, Estados Unidos es un ejemplo de represión. Ha establecido la cultura del terror dentro y fuera de sus fronteras. Después de haber convertido los atentados del 11-S contra sus Torres Gemelas en un asunto de incumbencia internacional, ha puesto el terrorismo en la primera fila de de los problemas que atenazan el planeta, por mucho que en el ranking de muertes, las causadas por atentado terrorista están muy por debajo del hambre, el sida, las enfermedades cardiovasculares y hasta los accidentes de tráfico. Sin embargo han establecido una cultura del miedo global contra un enemigo demasiado impreciso: el terrorismo internacional, y han trazado una raya para dividir al mundo en dos: o con nosotros o contra nosotros.
EL 11-S
El fin de las libertades
Puede señalarse como fecha simbólica. A partir de entonces el gobierno norteamericano se siente legitimado para casi todo, desde cercenar las libertades personales de sus propios ciudadanos, hasta invadir un país sin el consentimiento de las Naciones Unidas. La concepción maniquea del mundo que EE.UU. quiere imponer tiene graves consecuencias, porque no es tan sencillo dividir el mundo en buenos y malos pasando por encima de las características de los pueblos, su cultura, historia, sus aspiraciones. Sin embargo, todos los países, en mayor o menor medida, siguen el criterio que marca el gigante americano.
¿Qué más nos queda por ver?
A raíz de los atentados del 11-S la población norteamericana se vio sometida a un bombardeo, esta vez desde instancias gubernamentales, para convencer a la opinión pública de la necesidad de limitar los derechos democráticos con el objetivo de ganar en seguridad. Los medios de comunicación, que en su gran mayoría actuaron como agencias del gobierno, apoyaron esta política y contribuyeron a crear el clima mediático apropiado para que, llegado el momento, la población recibiese con los brazos abiertos los recortes. El New York Times, en un artículo publicado poco después de los atentados, predice la transformación de los EE.UU. "en un nuevo tipo de país, donde la identificación electrónica podría convertirse en lo normal, donde a los inmigrantes se les investigaría regularmente y donde el espacio aéreo sobre las ciudades quede fuera de los límites de la aviación civil."
Dos días después de los atentados, el senado estadounidense aprobó una ley antiterrorista con el nombre de Combating Terrorism Act of 2001. Algunos senadores la tuvieron en sus manos media hora antes de que comenzara su debate, de modo que ni siquiera pudieron leerla. El gobierno de Bush pedía una ampliación de poderes: intervenir en los teléfonos de personas bajo sospecha, legalizar el espionaje policial en Internet, controlar las transacciones financieras, y vigilar, detener y expulsar a inmigrantes y extranjeros que visitan el país. Fue sólo el comienzo. Actualmente cualquiera puede estar siendo investigado sin saberlo. Entre otras cosas, el FBI adquirió la posibilidad de espiar los hábitos de los ciudadanos: qué compran, qué leen, qué guardan en los cajones. Pueden entrar en una casa, revisar efectos personales, sacar fotografías, pinchar el teléfono e introducirse en el ordenador de una persona sin que el "presunto" delincuente lo sepa. Además, podrán interceptar los sitios web visitados por cualquier ciudadano, los nombres y las direcciones de los usuarios con los que se comunica mediante correo electrónico. En poco tiempo, para enviar una carta desde Estados Unidos podría ser necesario presentar un documento de identidad con foto. También puede ser una imprudencia llevarse a casa un libro por ejemplo sobre el islam, porque el control sobre los registros de las bibliotecas nos convertiría automáticamente en sospechosos. Recién comenzado el 2004 entraron en vigencia nuevas normas de seguridad que obligan a la mayoría de los visitantes extranjeros a registrar sus huellas dactilares y sacarse fotos al llegar a los aeropuertos estadounidenses. Las quejas no han tardado, pero sólo algunos han pasado a la acción. Es el caso de Brasil, que ha respondido con medidas similares hacia los ciudadanos norteamericanos que entran en su país a través de los principales aeropuertos internacionales. En resumen, el gobierno amplía su derecho a espiar a los ciudadanos, crece la brutalidad policial, la pena de muerte se consolida en algunos territorios, y aumenta el personal dedicado a la seguridad. No deja de ser significativo que EE.UU. tenga más policías que todos los países industriales juntos.
Algunas de estas medidas habían formado parte de la cartera del gobierno de Clinton, pero no pudieron ser puestas en práctica porque se resolvió que constituían una violación de los derechos civiles. La caída de las torres fue la oportunidad perfecta para imponer ese estado policial por el que los sectores más conservadores llevaban tiempo suspirando.
Se respira desde entonces un clima de sospecha permanente. Los musulmanes son especialmente mal acogidos. Pronunciar la palabra bomba en el aeropuerto o en el interior de un avión, puede ser motivo suficiente para provocar una detención o la apertura de un proceso. Y recientemente se estaba contemplando la posibilidad de que pudiese viajar personal armado dentro de los aviones comerciales.
La caída de las torres fue la oportunidad perfecta para imponer ese estado policial por el que los sectores más conservadores llevaban tiempo suspirando.
El pueblo americano, en principio, acepta de buen grado estas limitaciones porque entiende que son por un bien mayor. "Si renunciando al derecho de que no lean mi correo electrónico pudiera haber evitado la tragedia, diría: Mundo, lee mi correo electrónico", escribe un internauta. Según una encuesta realizada los días 13 y 14 de septiembre de 2001, el 72% de los estadounidenses son partidarios de las nuevas leyes para prevenir nuevos ataques terroristas, a pesar de que atenten contra las libertades individuales garantizadas por la primera enmienda de la Constitución.
Pero ya son muchas las voces, tanto dentro como fuera de EE.UU., que disienten de estas políticas y proclaman que el terrorismo no se combate con el miedo, ni con medidas de dudosa legalidad que recortan las libertades públicas y las garantías individuales, pilares de la democracia.
Tanto algunas autoridades locales como intelectuales, actores y otros personajes de la vida pública, se han rebelado contra estas imposiciones y contra la pérdida de libertades de expresión y reunión. También reclaman el derecho de igualdad ante la ley y el derecho a la privacidad.
En este contexto, no hay que olvidar que el actual presidente llegó a la Casa Blanca de forma claramente irregular, después de un proceso mal esclarecido y un penoso recuento de votos en Florida. Se puede decir que el gobierno de Bush es ya resultado de un deterioro democrático previo en los EE.UU. Otro dato importante que hay que valorar es que no acudieron a las urnas ni siquiera el 40% de los ciudadanos que tenían derecho a hacerlo. Los acontecimientos posteriores, y la política de Bush de embarcar a su país en una guerra y una posguerra de gravísimas consecuencias sin ningún diálogo o debate público, es más de lo mismo.
EXPORTADORES DE inCULTURA
Estados Unidos es la primera potencia del mundo en capacidad tecnológica. Y en un mundo donde la necesidad de estar al día en sistemas de telecomunicaciones, en redes de información, en equipamiento informático, quien exporta tecnología exporta cultura... si la tiene.
La diversidad cultural es un concepto en vías de extinción, gracias a la presión unificadora que ejerce EE.UU. sobre todos los ámbitos de la vida de un país. Las idiosincrasias, de continuar por este camino, tienen los días contados. El pensamiento único no afecta a un terreno concreto y delimitado, sino a todos los campos del vivir cotidiano que nos podamos imaginar, y otros tantos en los cuales ni siquiera reparamos, pero que nos afectan irremediablemente. El pensamiento único se respira, todos los días, seamos o no conscientes de ello.
Cómo hablamos, qué comemos, cómo estructuramos nuestros tiempos de ocio... Hay que tener un coche propio y acercarse a pasar todo el sábado por la tarde al centro comercial, a ver en el cine la última película de Schwartzenegger y a comerse una hamburguesa en Mc Donald´s. Vestir Levi's y beber Coca Cola. Celebrar Halloween y recibir regalos de Papa Noel, en vez de nuestros Tres Reyes Magos. Todo tiende hacia la imitación del American way of life, en detrimento de las costumbres de cada cultura, de cada pueblo. Y ni siquiera se puede decir que sea un cambio para mejor, puesto que los valores que vende al mundo el gigante norteamericano no resisten un análisis crítico. De hecho, están pagando ya la factura de su propio sistema de vida.
EE.UU. tiene cuarenta millones de analfabetos, más que ningún otro país. Veinticinco millones de personas no tienen acceso a la seguridad social y unas tremendas bolsas de pobreza. El mayor consumo de antidepresivos de pastillas está en Estados Unidos.
La inseguridad que se respira en EE.UU. no hay que achacarla sólo a la amenaza terrorista. La crisis económica hace que la cotidianidad de miles de personas se desarrolle en una permanente cuerda floja. En el año 2000 la pobreza en EE.UU. llegó a su nivel más bajo en 25 años. Pero a partir de 2001, esta tendencia cambió. Los economistas señalan al desempleo como la causa principal. El plan económico de presidente George W. Bush ha ocasionado el recorte de programas de educación, vivienda y asistencia social. Es el país desarrollado con mayor índice de desigualdad, y donde los programas sociales y el seguro social tienen una cobertura cada vez menor. Los salarios medios no dejan de caer, a la vez que crecen los de las clases empresariales. Aumentan desorbitadamente los parados y las personas sin techo. La inmensa mayoría pierde poder adquisitivo y se distancia cada vez más de una minoría próspera.
Y esto sucede en un país con un gasto militar desorbitado. El proyecto que el presidente de EE.UU. ha presentado a comienzos del 2004 ante el Congreso, incluye un aumento presupuestario para la defensa del país, que supone un incremento del 7% con respecto a los gastos militares del pasado año. La propuesta llega en un clima de gran preocupación por la cuantía del déficit fiscal, que ya sobrepasa los 500.000 millones de dólares.
La política de la Casa Blanca se vuelca claramente hacia fuera de sus fronteras, buscando consolidar la hegemonía de USA ante el resto de los países del mundo, mientras en sus ciudades aumenta alarmantemente el número de ciudadanos que viven bajo el umbral de la pobreza.
Miedosos y acomplejados
En el documental Bowling for Columbine, el cineasta Michael Moore presenta la "otra" historia del pueblo americano, en una versión bien distinta a la que nos venden los medios de comunicación. Desde su perspectiva crítica, estamos ante un pueblo históricamente atemorizado que proyecta sus propios miedos al exterior en forma de agresividad, violencia, desconfianza, rechazo a quien es distinto, y vocación de convertirse en el policía mundial. La imagen estereotipada del superhéroe americano esconde en realidad un complejo de inferioridad que tiene su origen, muy posiblemente, en la falta de raíces históricas.
Y es que el pueblo americano no tiene actualmente donde asentar sus pilares. Se formó a partir de retales de otros países. El continente fue poblado por quienes llegaban del antiguo mundo: ingleses, irlandeses, italianos, holandeses, españoles. Podrían haber construido un país con una fortísima base cultural propia, la que le habrían podido aportar los pueblos indígenas que habitaban las tierras de América del norte, pero sencillamente los exterminaron. Se renegó de su cultura y su conocimiento, y todo vestigio de sus tradiciones fue borrado concienzudamente por los conquistadores. Perdieron la posibilidad de construir una sociedad rica en cultura, forjada en los valores antiguos y fortalecida por el posterior mestizaje. A cambio, optaron por una reaccionaria y violenta defensa del terruño particular de cada conquistador. "Los norteamericanos son una sociedad formada por pueblos de aluvión -comenta José Carlos García Fajardo, profesor de Pensamiento Político y Social en la Complutense-. Los pioneros que llegaron venían huidos, y con la mentalidad, profundamente religiosa, de exterminar a quienes se encontrasen en la tierra prometida que un dios determinado les dio a ellos. A partir de ahí siempre se han sentido el eje del mundo. Siempre fueron personas tremendamente conservadoras, religiosas y con un concepto de la vida que sobre todo se reducía al ámbito familiar. Consideraron al resto del mundo como si fueran bárbaros".
El decoro es un valor en alza. Los sectores ultraconservadores no han perdido minutos para imponer nuevas normas de censura después de ver por televisión el pecho desnudo de Janet Jackson.
Efectivamente, el mundo de Río Grande hacia abajo era el vacío absoluto, el hogar de los salvajes. Y cometieron el error de despreciarlo. "Nadie hay con más ignorancia que ellos mismos acerca de las culturas indias norteamericanas, lo único que conocen es Buffalo Bill y la conquista del Oeste, etc. Han perdido todas sus señas de identidad", añade el profesor Fajardo. El viejo continente, que envió durante décadas habitantes para nutrir las ciudades americanas, quedaba reducido a la simplicidad más absoluta. "Europa era París y poco más -continúa-. Afirmaron un modelo de vida idílico, ingenuo y terriblemente ignorante de lo que sucedía en el mundo. Todo se fue simplificando hasta el extremo de que el 58% de los congresistas y más del 60% de los senadores de los Estados Unidos jamás han tenido un pasaporte para viajar al extranjero". Desde el otro lado del Atlántico, no deja de ser preocupante que más de la mitad de los dirigentes del imperio más poderoso del mundo jamás hayan sentido la necesidad de conocer otro país que no fuera el suyo, ni interesarse por otras culturas con las que su país tiene relación, ni siquiera han mostrado interés por conocer sus raíces europeas.
De modo que América se fue construyendo de pinceladas de uno y otro lado, sin normas, sin directrices, sin origen. "Lo que era antes el pueblo americano se fue diluyendo a través de los medios de comunicación masiva. Hoy no conocemos país en el mundo que vista con mayor desaliño, sus casas parecen de plástico, de quitar y poner, todo tiene colores estridentes; para comer tienen hamburguesas y Coca-Cola, porque si quieren algo más tienen que recurrir a la comida china, italiana... pero no americana. Los índices de lectura están por los suelos. La televisión está plagada de comedias enlatadas en las que se ríen para avisarles a ellos de cuándo se tienen que reír. En las universidades hay jóvenes que no podrían decir los nombres de los países de la UE y que no distinguen Paraguay de Brasil. Esto es una ignorancia que aterra. Triunfa la banalización, lo más vulgar", apunta García Fajardo.
Los productos norteamericanos están distribuidos por todo el mundo. Su manera de comer, su manera de informar, de disponer del tiempo de ocio, sus modas, sus gustos, etc., dan la vuelta al globo en cuestión de horas. |
En un mundo globalizado, quien tiene capacidad de distribuir sus imágenes es el que más vende. Los productos norteamericanos están distribuidos por todo el mundo. Su manera de comer, su manera de informar, de disponer del tiempo de ocio, sus modas, sus gustos, etc., dan la vuelta al globo en cuestión de horas. Las mismas teleseries que triunfan en Norteamérica se pueden ver en todos los continentes. Su modelo de cine triunfa, y las pantallas globales se llenan de su visión del mundo, de sus guerras, de héroes americanos, de escenarios suntuosos, de mujeres de melena larga... Un mundo inalcanzable para la mayoría.
Pero la realidad de la vida cotidiana americana es bien distinta. Según indica el profesor Fajardo, "EE.UU. tiene cuarenta millones de analfabetos, más que ningún otro país. Veinticinco millones de personas no tienen acceso a la seguridad social y unas tremendas bolsas de pobreza. El mayor consumo de antidepresivos de pastillas está en Estados Unidos. Es una sociedad decadente, que a pesar del crecimiento económico, de los gritos de invasión y de la mayor fuerza militar, tiene los pies de barro, como le pasó al imperio romano, porque el pueblo ya no participa de los ideales de sus dirigentes".
¿Qué podría entonces exportar Estados Unidos al mundo? Responde Fajardo:
"Lo que sí podrían exportar es el pensamiento de los primeros padres, de la Constitución americana. El prólogo que dice que los derechos fundamentales del ser humano son el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad; el valor del trabajo y del esfuerzo por encima de la sangre, el apellido, la religión, o el sexo; su sentido profundo de la igualdad y la libertad. Eso lo tenían los americanos y fueron un ejemplo para el mundo. Pero ya no se sienten conectados con el gran pensamiento de Lincoln, de Adams, de los que fueron sus gestores."
...Y llegó George W. Bush, "un ex-alcohólico, un hombre sin cultura, sin estudios, un hombre que cuando llegó a la presidencia nunca había pisado Europa, a pesar de ser hijo de un Presidente de los Estados Unidos".
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