El universal La izquierda intelectual Carlos Monsiváis 12 de agosto de 2007 |
Por un proceso casi de rechazo del término, la derecha latinoamericana ha carecido históricamente de un sector intelectual consistente, o decidido a manifestarse como tal. Si en materia religiosa los derechistas se asumen como tradicionalistas, en lo ideológico los más prefieren argumentar desde posiciones “neutras”, Así, casi típicamente, los intelectuales suelen tener posiciones de izquierda (con sus variantes), pero la experiencia atroz del estalinismo y el socialismo real lleva a las divisiones con un sector intransigente que perdura. Añádase a esto el antiintelectualismo orgánico de los partidos políticos, y se verá lo imposible de la generalización: “intelectuales de izquierda”. ¿De quiénes se habla?
El momento definitorio de la etapa siguiente al estalinismo es el discurso de Fidel Castro a los intelectuales (junio de 1961). Castro promete zonas de trabajo y creación a los que no sean escritores o artistas revolucionarios, pero de inmediato sube el tono de sus exigencias:
“Esto significa por dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada. Contra la revolución, nada, porque la revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la revolución es el derecho a existir, y frente al derecho de la revolución de ser y existir, nadie. Por cuanto la revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la revolución significa los intereses de la nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella.”
¿Quién interpreta, quién decide la interpretación correcta de estar dentro y estar en contra? La frase de la canción de Carlos Puebla resuelve las dudas: “Se acabó la diversión. Llegó el comandante y mandó parar” es el epitafio de las aspiraciones de la libertad de expresión. A muchísimos, la argumentación del gobierno cubano les parece irrefutable: “Si se permite el ataque desde dentro de la revolución, se le da entrada al caballo de Troya del imperialismo”. De 1959 a 2007, con ímpetu disminuido, la tesis persiste, con juicios muy severos a los disidentes (cárcel, despido de empleos, acoso de turbas). Y en la isla no hace falta demostrar que la crítica está “fuera de la revolución” y no merece nada.
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Raúl Roa, un marxista histórico de Cuba, poco después del discurso de Fidel Castro, va aún más lejos: “Todos los derechos de la imaginación, de la forma y de la sustancia, dentro de la revolución. Ningún derecho de la imaginación, de la forma y de la sustancia, contra la revolución… Es innegable igualmente deber y responsabilidad de los escritores y artistas revolucionarios desenmascarar y repeler la burda y corruptora campaña de propaganda y proselitismo de los aparatos culturales propios o subvencionados del imperialismo, que trata de disminuir, desacreditar o silenciar la obra verdadera de la revolución y el socialismo en el campo de la literatura y el arte” (en Raúl Roa, Retorno a la alborada, Cuba, 1975).
Y el comandante Ernesto Che Guevara en El socialismo y el hombre en Cuba (1965) es contundente: “Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres de pecado original… Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas” (subrayado de CM).
La tesis del hombre nuevo que la revolución genera resulta muy persuasiva, así las consecuencias nunca se concreten. Pero durante un tiempo son materia dogmática. Julio Cortázar escribe: “Tienes razón, Fidel, sólo en la brega hay derecho al descontento” (en Policrítica a la hora de los chacales), y Mario Benedetti explica por qué un escritor subversivo sólo puede serlo en el capitalismo:
“Quienes escriben literatura subversiva dentro del mundo capitalista, en mayoría dan por sentado que, una vez subvertido ese orden y reemplazado por el revolucionario, su misión de subversión estará cumplida. Continuar tratando de subvertir un orden que entonces sería socialista, significaría sencillamente pasar a militar en la contrarrevolución.”
Y Juan Marinillo, por definición el escritor comunista de Cuba, señala: “Suponer que debe ser el escritor un inconforme de todos los tiempos es de una inmoralidad rampante, además de ser la negación violenta de las más nobles tradiciones americanas” (Casa de las Américas, septiembre de 1971).
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A lo largo de dos décadas, la influencia de Casa de las Américas, el organismo cultural cubano, y de la doctrina de “contra la revolución, nada”, tiene gran éxito entre otras cosas por las acciones criminales del imperialismo yanqui (que sí que existe) y por la ansiedad de construir sociedades libres de la desigualdad. De manera sincera, un sector le concede la razón a la tesis que pospone para mejores días las libertades creativas. Luego, al evidenciarse la burocratización del régimen de Castro y al surgir alternativas a la acción política de los intelectuales, el pensamiento único de la izquierda intelectual se fragmenta. Una parte de los disidentes defiende ya abiertamente las tesis del “mundo libre”, otros adoptan un radicalismo crítico que equilibra la lucha contra la desigualdad y las libertades de expresión.
En la década de 1960, Sartre, que no lleva a cabo su propósito, propone la desmilitarización de la cultura. El momento es poco propicio para la confraternización demandada, que, además, de hecho nunca se cumple. Pero sí pierden casi todo su efecto las condenas ideológicas. Con la caída del Muro de Berlín en 1989, se legitiman las alternativas de la izquierda, y si todavía es importante la Revolución Cubana, el suyo es un punto de vista entre otros, ya no la última palabra. Si bien es innegable la derechización de un sector intelectual, también es indudable la rapidez con que otro sector, influido por la monstruosidad del capitalismo salvaje y sin atenerse a los reflejos condicionados del marxismo primario, reacciona con una crítica muy sagaz a los infinitos atropellos del neoliberalismo y a los residuos del estalinismo y sus variantes latinoamericanas.
Escritor
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