A que Perverto tan listo!
Por Javier Aranda Luna * |
Dice el cardenal Norberto Rivera que en México no vivimos una plena libertad religiosa, que la fe de esa secta cristiana que representa no puede expresarse en la plaza pública, en la vida social, cultural y política. El cardenal miente, ni que fuera un ministro pentecostal en las catacumbas de San Cristóbal de las Casas: participaron él y los suyos activamente en las elecciones de 2006; todos los lunes la prensa da cuenta de sus declaraciones por más peregrinas que sean, y no existe prohibición alguna de que monjas y sacerdotes asistan a la ópera o a la exposición homenaje de Frida Kahlo.
¿De veras los curas en México son seudociudadanos como dicen? Más bien ocurre lo contrario: los sacerdotes católicos son una especie de superciudadanos o ciudadanos VIP: a pesar de las evidencias y los numerosos denunciantes no se procesó, por ejemplo, conforme a la ley, al padre Marcial Maciel ni al cardenal Rivera por su presunto encubrimiento del cura Nicolás Aguilar acusado de pederastia.
Rivera ha enfrentado la justicia, sí, pero de Estados Unidos. Y ¿cómo verá la cosa la Conferencia del Episcopado Mexicano que ha informado que, además del apoyo moral ofrecido a su guía espiritual, también “podría apoyarlo económicamente”? Según el arzobispo de Los Ángeles, Roger Mahony, Rivera le mintió sobre la peligrosidad de Aguilar o, al menos, la ocultó. Ya veremos qué ocurre el 11 de septiembre cuando se ventile el caso en la corte angelina.
Lejos de ese inconveniente, la Iglesia católica mexicana goza de privilegios que ya quisieran sus homólogos en otros lugares: ¿no tenemos un Presidente que en uno de sus primeros viajes acudió al Vaticano? Si fue una visita de Estado, como se anunció, ¿a qué acuerdos o convenios de colaboración llegó con el pontífice? Y vaya que nos interesa saberlo después de que el primer mandatario confesó que le resultaba muy complejo separar su cargo de sus convicciones religiosas.
Pero ese no es el único privilegio con el que cuenta la alta jerarquía católica en México: cuenta con un procurador dispuesto a defender los derechos de quien no existe —un embrión— por encima de los de la mujer que sí existe; cuenta con un gobernador como el de Jalisco que usa la Casa de Gobierno —que pagamos crédulos e incrédulos con nuestros impuestos— para catequizar funcionarios y se niega a promover el uso del condón por considerarlo inmoral. Todos ellos siguen la agenda del cardenal.
La cosa no para allí: la alta jerarquía católica también cuenta con un secretario de Gobernación dispuesto a hacerse de la vista gorda en materia de sanciones contra la Iglesia; con un subsecretario de Asuntos Religiosos en Chiapas que impide a los protestantes usar sus templos y a sus hijos acudir a escuelas públicas a causa de su religión; con un comprador compulsivo de tangas con costo al erario público que al mismo tiempo pepena fetos de la basura de los hospitales y vende escapularios, como el líder de Provida. Y el funcionario gubernamental que dirige la Comisión Nacional de Derechos Humanos ¿no es otro de sus seguidores?
Con todo eso en sus haberes, ¿los curas se sienten de verdad seudociudadanos? ¿No acuden a sus comidas políticos de primer nivel y llegan en helicópteros?
¿De verdad le hace falta a la Iglesia católica una reforma de Estado para ampliar los derechos de sus representantes? ¿Querrán vender espacios publicitarios en las paredes de los templos? ¿Desearán expurgar a gusto los libros de texto en materia de sexo?
Los sacerdotes católicos invocan a la democracia para ampliar sus poderes cuando su tradición más fuerte es la del totalitarismo. Su intento por canonizar a la genocida Isabel la Católica es prueba de ello. ¿Podrán lograrlo? Lo dudo, ya pasaron los días de la Inquisición.
El líder histórico del catolicismo dijo que su reino, que su jurisdicción, no era de este mundo y que era deseable dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. ¿Se equivocó el hijo del carpintero? ¿Se equivocó el Hijo del Hombre? Si el reino de los fieles católicos no es de este mundo, ¿por qué el afán por administrar el nuestro? ¿No les bastó con legislar el limbo hasta que se aburrieron?
Tal vez lo que pretende el alto clero con la reforma sea que el gobierno mexicano rescate a la iglesia romana asentada en México como ha rescatado bancos, autopistas, aerolíneas. Que la subsidie, vamos, para paliar su paulatina y numerosa pérdida de fieles y el decreciente interés por parte de los jóvenes por asumir una vocación religiosa. Algo así como sanear sus finanzas. ¿No será que por eso quieren que se imparta el catecismo en las escuelas públicas? ¿Quién impartiría esas clases? ¿Pedagogos católicos? ¿Curas improvisados cuyos sueldos y capacitación habría de pagar la SEP? ¿Y los materiales didácticos a cuenta de quién correrían? ¿Los publicaría la editorial EVC con costo al erario?
Ya no más maestras cercenadas de los senos por enseñar a leer. No más maestros sin orejas por enseñar las tablas de multiplicar. No más sepulcros blanqueados que nos vendan el otro mundo para administrar éste.
* Periodista
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