Aborto y Estado laico
El debate sobre la despenalización del aborto en el Distrito Federal mostró que el licenciado Felipe Calderón y sus correligionarios no entienden lo que es un Estado laico, y quieren convertir a México en una extensión del Vaticano. Su esposa, la señora Margarita, rompió la promesa de no recorrer el lamentable camino por el que transitó su antecesora en Los Pinos y llamó a defender la vida, algo que inoportunamente también hizo su esposo.
Por su parte, el encargado de los asuntos religiosos en la Secretaría de Gobernación, Florencio Salazar, con prontitud absolvió a la Iglesia católica de intolerante, culpando de ello a los partidos que, por proponer y aprobar la nueva legislación, reciben todo tipo de ataques de la jerarquía eclesiástica y sus grupos afines.
Esos jerarcas, encabezados por el cardenal Rivera, fracasaron en movilizar a la población en torno al símbolo guadalupano para impedir la aprobación de una legislación que corresponde al mundo civil, no al canónico. No lo lograron, pese a contar con el apoyo de espacios a modo en los medios de comunicación masiva y de los grandes empresarios, muchos de los cuales, vaya moral, tienen como guía espiritual al padre Marcial Maciel.
La mentira y la desinformación se usaron y siguen usando para confundir a la población sobre los alcances de la nueva legislación. Esto incluyó el campo científico: el Colegio de Bioética, del que hacen parte los más prestigiosos especialistas con que cuenta el país, fue muy claro en su apoyo a la despenalización, citando numerosos argumentos científicos (el embrión de 12 semanas no es ni un individuo biológico ni tampoco una persona, como sostienen los que se oponen al aborto); refrendó el derecho que tienen las mujeres de decidir sobre su propio cuerpo y su salud, y reconoció que las más pobres sufren discriminación y desigualdad porque no cuentan con los recursos para, en caso necesario, efectuarse un aborto bien practicado, como sí los tienen las mujeres pudientes que acuden a las clínicas del país o a las del sur de Estados Unidos.
La respuesta a los argumentos del Colegio de Bioética corrió por cuenta de una catarata de academias y comisiones de derechos humanos y bioética de las que nunca se tuvo noticia. Si nos atenemos a su número, ningún país cuenta con tantas organizaciones de ese tipo. Así son los milagros cuando salen del manto eclesiástico. En un desplegado piden "abortar" la ley propuesta, "no la vida". La Iglesia y su partido extienden así su membresía más allá de Pro Vida o la fantasmal Unión Nacional de Padres de Familia. Precisamente el señor Serrano Limón alertó que con la citada legislación vendrá la hecatombe para México. No pasó eso en los numerosos países de mayoría católica, como Francia, donde el aborto se encuentra despenalizado desde hace lustros.
Cabe recordar que cuando a mediados de los años 70 se aprobó allí interrumpir el embarazo bajo ciertas circunstancias, el presidente Valery Giscard, católico convencido, soportó la presión del Vaticano, pero no dudó en afirmar que su deber era respetar y hacer respetar el Estado laico, y no imponer sus convicciones personales a sus gobernados, libres de practicar la religión que deseen, pero también de observar y hacer cumplir la ley civil y que ésta responda a la realidad que vive la sociedad. Bueno, hablamos de un estadista. Otro católico, el presidente Romano Prodi, enfrenta hoy la furia vaticana por alentar las uniones de convivencia en Italia, medida que tiene el apoyo de las mayorías.
Según encuestas, 55 por ciento de la población mexicana está de acuerdo con despenalizar el aborto. Sin embargo, la Iglesia y su partido ignoran la realidad. Quieren una sociedad a la medida de sus dogmas. Fuera de ella está el infierno. Manejado exclusivamente por hombres, el Vaticano aseveró recientemente que el aborto, la eutanasia, la píldora del día siguiente, los laboratorios donde se manipulan los embriones y los parlamentos que aprueban leyes contrarias al "ser humano" (es decir, a lo que enseña la Iglesia) son "terroristas". Aquí, el PAN y sus grupos fascistas, el cardenal acusado de proteger la pederastia, son la verdad y la vida. En lo personal, no quiero esa verdad ni esa vida.