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LE NOUVEAU GOUVERNEMENT MEXICAIN EST ENTRE EN GUERRE SAINTE CONTRE SON PROPRE PEUPLE. ARRESTATIONS ARBITRAIRES D'HOMMES POLITIQUES COMME DE SIMPLES PASSANTS QUI AVAIENT LE MALHEUR DE SE TROUVER AU MAUVAIS ENDROIT AU MAUVAIS MOMENT, GENERALISATION DU VIOL DES PRISONNIERES, DE LA TORTURE Y COMPRIS SUR DES ENFANTS DE HUIT A DOUZE ANS , CENSURE DE TOUTE OPPOSITION... LA LUTTE NE FAIT QUE COMMENCER. El nuevo gobierno mexicano a entrado en guerra santa contra su propio pueblo. Imposición, traición, doble discurso, ruptura del pacto social, ningún respeto por los derechos humanos con la consiguiente tortura, prisión, muerte de luchadores sociales e inocentes. Censura y desprecio por la cultura y la educación.... LA LUCHA COMIENZA.

samedi 5 avril 2008

La isla del tesoro
Ilán Semo

(...) En 1991, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, se suceden cambios hasta la fecha inexplicados. El más visible es el cierre de la refinería de Azcapotzalco por “motivos ecológicos”. Lo que sigue inmediatamente después es la caída de la capacidad de refinamiento (léase: producción de gasolina) hasta llegar a su punto más bajo en 1994, año en que se pone en vigor el Tratado de Libre Comercio (TLC). Hoy nos seguimos preguntando si esas fechas coinciden. El hecho es que se abría así a la gasolina producida en Estados Unidos el mayor mercado de América Latina. Una ecuación típica de mercado desigual: vender petróleo para importar gasolina (que redunda en 70 por ciento más de ganancias). Hace ya mucho tiempo, el gran negocio en el mercado de los hidrocarburos lo reporta la gasolina, no el petróleo. La pregunta, obvia, es si ese abrupto cese de la capacidad de refinamiento de Petróleos Mexicanos (Pemex) estaba incluido en las “condiciones” de negociabilidad del TLC. Los informales candados de refinamiento impuestos a la empresa petrolera le restaron cualquier viabilidad de actualización. En pocas palabras, el centro del desplome de Pemex se originó en su propia administración (y no simplemente en los fantasmas a los que se recurre comúnmente para explicarlo como “el sindicato”, “la corrupción”, “la fuga por robos”, etcétera.)

A partir de 2000, las cosas siguieron empeorando. Aunque nunca la formuló explícitamente, la propuesta de Felipe Calderón ante la opinión pública apareció como la de la privatización de la empresa. Ninguno de sus esfuerzos mediáticos logró disolver esta impresión. (Por lo visto, en el mundo de hoy, palo dado en la opinión, ni Televisa lo quita.) La respuesta radical de la oposición desinfló la iniciativa. Más aún: la derrotó.

El problema es: ¿qué sigue? ¿El reorden fiscal asegura la renovación de Pemex? Algunos expertos dicen que sí, otros, que no. La pregunta es si la oposición será capaz de pasar de la impugnación a un ejercicio de corresponsabilidad en la reforma. Sólo así podrá mostrar que no sólo es capaz de luchar, sino también de pactar y edificar.

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