¿Por qué no te callas? neocolonialismo y lavado de dinero
Neocolonialismo español
Jesús González Schmal
17 de noviembre de 2007
El abrupto real de la Cumbre Iberoamericana en Chile no es, ni con mucho, un simple incidente de extravío temperamental de Juan Carlos I que, sin control, espetó al presidente de Venezuela un “¿Por qué no te callas?”.
El hecho tiene más fondo. La verdad es que antes de 1992, cuando se celebraron los 500 años de lo que se llamó “el encuentro de dos mundos”, España y América Latina mantenían relaciones económicas de poca importancia porque ambas eran economías relativamente débiles. Los vínculos se daban más por inmigrantes españoles a América que por otro tipo de intercambios. Los afectos y raíces culturales de tradición, lengua, religión, etcétera, y la hospitalidad de México con los republicanos expulsados por la dictadura, acercaban al viejo y nuevo continente en un estatus de cordialidad positiva.
Sobrevino la caída del franquismo pero, sobre todo, la integración de España al mercado común europeo como miembro de menor desarrollo que requirió subsidios y apoyos de la comunidad europea para alcanzar condiciones competitivas que al fin se lograron. Ello ocurrió con un sorpresivo enriquecimiento de capitalistas españoles que revaluaron sus activos al nivel del euro y lograron alta liquidez que los obligaba a exportar capitales para no recalentar su economía.
Aunado esto a que el estrecho de Gibraltar se convirtió en el paso obligado de la droga a Europa, con un consumo creciente en la misma España y en todo el continente; los flujos de capital a la península ibérica ya no sólo exigían su colocación fuera de la región, sino obligaban a lavarlos en lugares remotos, para no hacerlos manifiestos en el circuito financiero europeo.
Es en esta dinámica en la que, aprovechando el quinto centenario de la conmemoración de la hazaña de Colón y la venida del rey de España a Guadalajara con el auge y la bonanza posfranquista, se vio a América como el sitio ideal para usarla como lavandería de capitales de sucio origen y así, de paso, recobrar la fuerza y el poder que se tuvo en las épocas coloniales.
Evidentemente, junto con la traída de dinero a Iberoamérica se requirió de mecanismos de protección que no podían ser otros que los de la injerencia política en nuestros incipientes sistemas democráticos. El entonces presidente de España, José María Aznar, empezó a vincularse desde el ejercicio del poder en la península con grupos de derecha afines en el subcontinente. A su salida abrupta del cargo, continuó la labor al convertirse en el gestor ideal para manejar capitales españoles a la caza de empresas constructoras, financieras, hoteleras, etcétera, que ya estaban operando, pero que resultaban ideales para colocar dinero que debía blanquearse.
A la vez, le fue fácil a Aznar desplegar su influencia con EU y George Bush, a quien respaldó en el momento más difícil de su gestión, con la invasión a Afganistán e Irak, y ganó su simpatía para, a su vez, apoyarlo conectando a los cubanos de Miami con la derecha latinoamericana. El objetivo era contra Cuba y Venezuela inicialmente, sin dejar de lado la sucesión mexicana que requería mantenerse en la línea de la derecha foxista, que había aguantado hasta la ignominia de aceptar la construcción del muro fronterizo.
La alianza se consolidó a pesar de la inesperada salida de Aznar tras los atentados de Madrid, por haber comprometido a los españoles en la invasión de Irak. No obstante, su contrincante vencedor, Rodríguez Zapatero, al parecer obligado por la importancia de los poderes financieros españoles en el nuevo continente, se dispuso a seguir la estrategia de su antecesor y condescender incluso, como lo hizo en México en 2006, con precipitar su felicitación a Calderón cuando aún no se había oficializado su cuestionado triunfo.
Esto fue muy explicable porque México ha sido el gran receptor de capitales españoles que han aprovechado las privatizaciones bancarias, aeroportuarias, generadoras de energía eléctrica, etcétera. Con la mesa servida se han quedado a precios de ganga, sin obligaciones de generación de nuevos empleos, con exenciones fiscales y derecho de picaporte directo en el gobierno de Calderón, con el control en las áreas más sensibles de la economía nacional. La reclamación de Ortega y Chávez, como tendría que ser la de México, está en el fondo de este vergonzoso acontecimiento.
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