Vicente y Marta: una burla para los mexicanos
Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
20 de septiembre de 2007
Desde enero de 2004 escribí aquí mismo que “creen que todo lo merecen por haber logrado la hazaña democrática del 2 de julio de 2000. De ahí su comportamiento de nuevos ricos frente a los cuales aquella simpática familia de los Beverly eran unos monjes cartujos”.
Y es que desde entonces “la pareja presidencial” que padecimos el sexenio anterior ya apuntaba para lo que es ahora: un par de cínicos y desvergonzados que presumen sin la menor pizca de pudor una inmensa fortuna amasada desde el poder máximo en este país. Tal como se muestran ahora en la portada y 13 páginas más de la revista Quién. Todo un documento que en sí mismo sería prueba suficiente para iniciar una investigación de esta riqueza grosera y ofensiva para todos los mexicanos. Cada fotografía muestra lo inocultable: una mansión que no tienen siquiera los grandes magnates; el lago artificial, la alberca, los grandes espacios interiores, el lujo dispendioso; el ganado, los vehículos y la ostentación en decorados y mobiliario. Una muestra total de estulticia. Un desplante ranchero de impunidad. ¡Y qué! Parecen retarnos Vicente y Marta. ¡Y qué! Parecen burlarse de todos y cada uno de nosotros.
Aunque en realidad ni la riqueza ni la arrogancia son nuevos. Ya desde agosto de 2005 Anabel Hernández y Areli Quintero documentaron en un libro un sinfín de pruebas sobre la acumulación dolosa de esta riqueza explicable: de las obras faraónicas en los dos ranchos de los Fox Sahagún; las trácalas para despojar de grandes extensiones de tierra a los ejidatarios de los alrededores y los gustos güichodominguezcos de quienes se acaban de ganar el premio mayor.
Y eso que lo de Quién es nada más el rancho de San Cristóbal, me precisa ahora Anabel. Falta el otro, el de La Estancia, donde refulgen cientos de hectáreas de agave azul; donde pastan centenares de cabezas de ganado de alto registro; donde trotan decenas de caballos pura sangre; donde los Fox Sahagún se hicieron construir una réplica de la cabañita acogedora de Los Pinos, para no extrañar. La misma cuya remodelación costó en su momento 60 millones de pesos. Añádase el valor de El Tamarindillo, toda una bahía que los Fox se agandayaron en Michoacán y el rancho San Cristóbal cuyas puertas ahora “nos abren”. Y el costo que alcanzará el Centro Fox, que dejará en changarros a los centros Carter y Clinton y que también está descrito en la revista con una explanada para 3 mil asistentes, un auditorio para 500 personas y una biblioteca con 25 mil volúmenes. Todo, propiedad de quien no ha leído un libro en su vida y su peculiar esposa.
Esta es la incalculable acumulación de capital que Vicente Fox y Marta Sahagún nos están restregando en la cara a usted y a mí. Y no es un asunto menor. Tampoco un episodio más de frivolidad y mal gusto. Se trata en cambio de un gigantesco monumento a la corrupción y a la impunidad.
La explicación y defensa que el propio Fox hace sobre su desmesurado patrimonio lo describe sin necesidad de adjetivarlo: “Aquellos que dicen que esta propiedad es producto de la Presidencia tendrán que comer chicharrón”. De cualquier modo miente. Cuando asumió la candidatura al gobierno de Guanajuato estaba quebrado y sólo desde el poder empezó a recuperarse. Cuando vino la Presidencia, Fox con la asesoría de Marta Sahagún, los trucos al estilo Vamos México y disponiendo de la complicidad de todo su gobierno panista, comenzó a atesorar la fortuna de que ahora presume. Siempre fue un abusivo. Durante su mandato fue el único mexicano que vio aumentar su sueldo en 57%. De 106 mil a 167 mil pesos. Pero ni ahorrando todo lo que ganó se podría justificar su obscena riqueza.
Este es un insulto a todos y más todavía a los pobres. Pero es también un alarde con un propósito muy claro de Fox y Sahagún: demostrar que todavía son poderosos e intocables. Por eso él todavía se hace llamar “presidente”. En desafío abierto al actual gobierno.
Un caso que debe brincar de las páginas de sociales al Congreso, donde habría de crearse una comisión que investigue a los Fox y a toda su parentela. También, por cierto, un asunto de justicia que podría significar la legitimación que alguien anda buscando. En resumen, que Fox regrese... ¡pero lo que se llevó!
ddn_rocha@hotmail.com
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Fox y Marta: a rendir cuentas
Editorial EL UNIVERSAL
20 de septiembre de 2007
Recurrentemente, Vicente Fox Quesada y Marta Sahagún, autoproclamados “la pareja presidencial” en el sexenio pasado, atraen sobre sí los reflectores, no en aras de la transparencia, sino del protagonismo. Lo rescatable del caso es la oportunidad para subrayar el pendiente nacional respecto de la ley de archivos y la siempre necesaria rendición de cuentas de los gobernantes durante y después de su función.
En el Congreso, diputados y senadores de oposición piden que la Secretaría de la Función Pública coteje ingresos y egresos de quien fue presidente de México y que una comisión especial se aboque tanto a la investigación del origen de la riqueza como del estatus del archivo que se habría llevado al rancho San Cristóbal.
No sólo sus adversarios políticos lo censuran. Su viejo aliado Lino Korrodi, quien organizó el apoyo financiero extraordinario para la campaña electoral que lo llevó a la Presidencia en el año 2000, subraya que Fox exhibe una riqueza “cínica y descarada”, después de que a la señora Sahagún le pagaban hasta su tarjeta de crédito.
Fox responde que la ética, la transparencia y la rendición de cuentas han sido una norma permanente a lo largo de su vida.
Tomémosle la palabra e investiguemos, porque más allá de la propaganda, la pareja se ha caracterizado por utilizar con oportunismo la transparencia.
No es ésta, sino el protagonismo la constante de estas dos figuras que formarán parte, más que de la historia política de México, del anecdotario de la picaresca nacional consagrada en sainetes de teatro satírico.
Este fenómeno ha sido posible por la ausencia de normatividad, en parte, y por la falta de rigor en la aplicación de leyes vigentes.
La pareja de San Cristóbal tuvo la oportunidad de diluirse en el anonimato rural, pero persistió en ostentar sus abundancias materiales llamando la atención sobre su vida privada, como lo hicieron una y otra vez durante el sexenio pasado.
Más allá de que el derecho a la intimidad queda desbancado cuando es el sujeto mismo quien exhibe y pide atención, debemos trascender a las personas para sacar provecho del episodio.
Urge ampliar esquemas de fiscalización política y ciudadana de quienes desempeñaron un cargo público, como fue el caso de él, y de quienes hasta en segundo o tercer grado familiar derivaron beneficios del mismo, como lo hizo ella, y que incluso ocupan una comisión del Congreso de la Unión para deslindar responsabilidades.
Muchas cuestiones de diversa y complicada naturaleza ocupan la atención de los miembros del Congreso, pero no tantas como para pasar por alto un asunto que no quisiéramos ver repetido en la vida pública. El posible abuso del erario.
Como hace años hizo un precandidato estadounidense a la Presidencia invitando al escrutinio público sobre su vida amorosa, Vicente Fox reta a quienes arquean la ceja ante sus propiedades a que “vayan a comer chicharrón”.
Mala idea. De algo deben servir disposiciones concernientes a la responsabilidad de los servidores públicos. Leyes hay; que se apliquen, se aclaren las cosas y quedemos todos tranquilos.
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