El ajuste ausente
Hace ya varios años que México necesita un ajuste mental. Después de los traumáticos reacomodos hechos en sus finanzas, sistema financiero y las relaciones económicas y financieras con el exterior, que en conjunto dieron lugar a lo que orgullosamente llamaban los dirigentes del Estado el cambio estructural, vino impetuosa la democracia vestida de camisa a cuadros y dichos campiranos y todo parecía "atado y bien atado" para que el país por fin se volviera moderrrno, entrara al primer mundo por la puerta grande de los mercados y la pertenencia a clubes cosmopolitas como la OCDE y quedaran atrás tentaciones populistas y dirigistas de los políticos y sus aliados corporativos. Todo pasó, pero cada vez de modo más distante del tipo ideal de los neoliberales, que en un descuido se transmutaron en hiperglobalizadores y ahora buscan de nuevo el Santo Grial en el norte.
La entrada al primer mundo que tanto buscaron los gobiernos del TLCAN se ha dado sobre todo mediante la exportación de mano de obra legal, ilegal e indocumentada. Con Estados Unidos de Norteamérica como socio principal y dominante, a manera de gigantesco oligopsonio de la geopolítica, las ideas de sus grupos de mando se vuelven aquí consignas de orden prácticamente inapelable, aunque filtradas por el atraso de las burocracias y sus respectivos jefes, que han traído de vuelta el aldeanismo como último recurso, pero siempre en sintonía con el abuso de poder y la avidez de familias enteras que se tragaron su propia leyenda negra del régimen posrevolucionario, pero no para eliminarlo de la faz de la Tierra sino para remplazar con fruición a los antiguos mandamases.
Los casos bochornosos de corrupción o influencia que han manchado a la otrora soberbia oligarquía hacendaria no son polvos de aquellos lodos sino los primeros loditos con que practican los recién llegados. No se trata de constatar que en esta como en otras materias "no tenemos remedio", sino de advertir que las varias rediciones de prevaricación y prepotencia con ganancia monetaria a que hemos asistido en estos años de alternancia y gobierno de gente decente dan cuenta de una profunda corrosión del alma pública y del Estado, y que esto no lo ha contrarrestado sino, por desgracia, al final de cuentas, cohonestado, una democracia mal armada y carente de mecanismos constitucionales e institucionales para hacer valer sus principios de equidad, compromiso con la cohesión y gobierno previsible y sujeto a leyes.
La otra entrada al mundo global de la modernidad sin adjetivos no la trajo la inversión extranjera, que en gran medida se dedicó a la maquila o a compras de garaje, sino el crimen organizado que, dicen, desplazó a Colombia en versatilidad y crueldad y ahora, al parecer, sirve para justificar un nuevo protectorado que por igual deje atrás al Plan Colombia en efectivo y efectivos transportados. De continuar por ahí, nuestra aventura en robocóptica trasnacional puede devenir desastre peor que el que recientemente pronosticara David Ibarra para las finanzas públicas.
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