Europa
Una Europa tragicómica |
Luciana Castellina · · · · · |
24/06/07 |
Si la cosa no fuera triste –una buena Europa, en el fondo, todos la deseamos—, diríase que lo ocurrido en la cumbre que tendría que haber varado la Constitución de la UE es una farsa: la gran Comunidad que se extiende ya del Atlántico hasta Ucrania y del Báltico al mar Negro, obstruida por dos gemelos polacos que parecen salidos del circo; el campeón del modelo del nuevo socialismo, en quien buena parte de la izquierda se inspira para modernizar su arsenal político-ideológico, Tony Blair, que consigue el triunfo de exceptuar a su país de la obligación de respetar los derechos humanos y sociales (en particular, el derecho de huelga por solidaridad, que es el arma que sirve contra las transnacionales); el más ilustre exponente de la nueva derecha, Sarkozy, convertido en paladín de la exigencia por la que han luchado la izquierda radical y los movimientos presentes en el Foro Social Mundial (que la concurrencia, es decir, el núcleo de las políticas neoliberales, deje de ser un objetivo de la UE), mientras el jefe de un gobierno de centroizquierda, Prodi, trata de bloqueara esa exigencia. Pero, ¿qué tipo de Europa han diseñado en Bruselas en estas últimas horas? Naturalmente, nada es lo que parece, así que podemos estar tranquilos: Europa, más o menos, seguirá siendo lo mismo. El humo levantado es mucho; el hirsuto abigarramiento normativo, devastador, y se necesitará tiempo para comprenderlo mejor. Ahora sabemos, sin embargo: que Inglaterra ya se eximía de los derechos europeos, y sin cometer pecado mortal, dado que en los tratados estaba escrito que éstos tienen que ser conformes a las legislaciones nacionales (pecado, dicho sea entre paréntesis, pues de otro modo nosotros, los italianos, habríamos conseguido pasar nuestra ley de parejas de hecho, como se temía Buttiglione); que, cancelada como prioridad y principio constitutivo, la concurrencia en el libre mercado queda como un “medio”, legitimado por los tratados precedentes y por la Carta de Niza, que siguen en vigor. Se dirá que no haber hecho del mercado un principio constitucional de la UE (hasta el punto de que habríamos podido tirar a la papelera nuestra Constitución republicana) es una victoria ética. Pero no nos salvará del neoliberalismo a ultranza, mientras que, a la vista de cómo se desarrollan las cosas, yo no estaría tan segura de que la nueva formulación evite medidas proteccionistas frente a China y otros. Que es lo que Sarkozy, y no sólo él, querría: en el concepto de competición coexisten, de hecho, dos elementos contradictorios: por un lado, el proteccionismo miope; por otro, las directrices tipo Bolkestein, que, en nombre de la competitividad, estrangulan los derechos sociales adquiridos. Finalmente, la vieja cuestión de la política exterior: ¡no tendremos un ministro de asuntos exteriores de la UE! ¿Pero estáis totalmente seguros de que si lo hubiéramos tenido, Blair no habría hecho la guerra en Irak junto a Bush? ¿No podría haber sido al revés, que si los europeos hubieran querido de verdad impedirlo, no habrían ejercido la suficiente presión porque esa vicisitud no estaba prevista? El problema de Europa no es institucional, sino que radica en la incapacidad de contestar a una pregunta de sentido común: ¿por qué Europa, si no es más que un trozo, subalterno, del mercado global? Luciana Castellina es una reconocida ensayista y analista política italiana que colabora regularmente con el cotidiano comunista Il Manifesto. Traducción para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench |
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