Verdades
El infierno es un derecho de las masas´
Carlos Monsiváis
22 de abril de 2007
" Pero el divorcio, porque es pecado, no te lo doy".
Quizá el bastión central de la derecha, el más efectivo hasta hace muy poco, es la noción de pecado y su consecuencia, el sentimiento de culpa. Si alguien se siente en falta, o peor, si se siente pecador o pecadora, está ya a disposición de la derecha, manejadora de las culpas que abruman a las responsabilidades. Esa es la historia del siglo XX mexicano: se lanzan campañas contra el cine "que pervierte" a cargo de la Liga Mexicana de la Decencia, se detiene la madurez temática del cine en la década de 1950, se desatan campañas desde los púlpitos contra Agustín Lara y se queman revistas "pornográficas" (que nunca lo son en realidad, apenas boberías "calenturientas"). Antes de que exista material pornográfico, entre 1950 y 1970, los grupos confesionales inician en Mérida, Hermosillo, la ciudad de México, Puebla, quemas de publicaciones "porno". Llegan a los expendios de periódicos, decomisan las revistas "pecaminosas" y las hacen arder en los zócalos en "autos de fe editorial". Por supuesto, las cenizas se arrepienten.
La derecha necesita echarle en cara a la sociedad su vida de culpas y pecados. Por eso quiere fiscalizarlo todo, el comportamiento y las conversaciones. Hay campañas contra las libertades verbales, y hasta la década de 1970 tiene vigencia plena la lista de vocablos que no se pueden imprimir (la gazmoñería aún persiste). El mero impulso social suprime la pudibundez forzada, se implanta el habla unisex y dejan de ser tabú las "conductas prohibidas", ya legales entre adultos consensuados. Y aquí un tema determinante es el control histórico sobre las mujeres, un emporio del sexismo integrista. Al tradicionalismo no lo cuestionan, más bien lo ratifican, la consagración del machismo en la vida social y el apoyo más que nada convenenciero de la industria del espectáculo. A lo largo del siglo XX, a ojos del patriarcado la culpa de la violación está en las mujeres: "Se la buscaron. ¿Qué necesidad tienen de salir de su casa?". La culpabilización de las víctimas supone en este caso la interiorización programada de las mujeres.
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La derecha es la gran defensora de los monopolios. Por ejemplo, crea las condiciones para que pase inadvertida la atroz persecución de los protestantes a lo largo del siglo XX, la violación de sus derechos humanos y civiles, el asesinato de sus pastores, la expulsión de los conversos de las comunidades, la quema de templos. Y se impone el corolario, la muy significativa oleada de chistes que adereza la herejía con el choteo. En su campaña de homogeneidad a fuerzas la derecha conoce éxito relativo, al aislar a cada uno de los sectores perseguidos, que así resultan presas fáciles. Y obtiene también el consenso de la clase política: la conducta familiar de los hombres públicos debe inspirarse en el modelo católico. Hasta hace muy poco era inconcebible un divorciado en la Presidencia de la República. Un soltero, imposible.
Si la educación laica es un hecho, la derecha quiere robustecer sus zonas de prohibición. En 1961 la campaña "Cristianismo sí, comunismo no", más que a la izquierda, agrede al sector educativo fuera de su control. En 1960, los empresarios de Monterrey organizan la ofensiva contra los libros de texto gratuitos, juzgados "indecentes" y casi ateos. Sólo la intervención enérgica del presidente López Mateos obtiene la difusión de los libros. Esto no lo admite la derecha: si los niños conocen, si las mujeres deciden, su hegemonía se erosiona. Saben lo que hacen: si la hipocresía ya no rige lo cotidiano, se desvanece. La derecha social y clerical ya no sueña con la aceptación unánime de sus dogmas, pero exige que se proceda como si estos dogmas fuesen acatados y por eso concentra sus esfuerzos en la burguesía y la clase media alta. ¿Qué importa la conducta de los pobres y su "animalidad orgánica"? Si un pobre es adúltero, allá él; si un rico se divorcia es blasfemia. Lo propio de la derecha es el manejo de la conducta pública de las clases gobernantes.
La modernidad no viste santos
Al concentrarse la derecha en el exterminio del protestantismo y el comunismo, en mantener las prohibiciones más notorias y en cultivar las apariencias morales, ni siquiera le hace caso a la modernidad y halla con esto su zona de desastre. En la segunda mitad del siglo XX, el resquebrajamiento de los aparatos ideológicos o la falta de percepción cultural, hacen que la derecha ignore el impulso internacional de apertura de criterios, que la mera condena no disminuye. Para cuando reaccionan es tarde.
Si la modernidad transcurre por otros cauces, la derecha consolida sus feudos, entre ellos las universidades particulares. En un cálculo aproximado, 70% del aparato público, de directores de departamento para arriba, ya se compone de egresados de las universidades particulares. Por lo demás, es precaria su presencia militante. Suelen ser conservadores pero hasta allí. En tanto interlocutora de la sociedad, la derecha sólo mantiene su imperio en un caso: el combate a la despenalización del aborto, y como se ha visto ahora, distan de mantener allí la hegemonía. Y la censura en la televisión moviliza algunos empresarios y algunos obispos y cardenales, ansiosos de extirpar el mal.
Así, las campañas de prevención del sida, por ejemplo, las elimina la amenaza de boicot de los anunciantes.
A la derecha le irritan sobremanera los intentos de promover reformas o medidas de salud que recuerden la existencia del sexo. Lo suyo es el silencio y la invisibilidad. Así, le horroriza la difusión de los condones. Ante la pandemia del sida, su actitud es intolerante al punto del genocidio. Por eso, en la era del PRI se producen calumnias sistemáticas contra los mínimos intentos responsables de la Secretaría de Salud. (No en la secretaría comandada por Jesús Kumate, aliado y vocero de Pro-Vida).
En las batallas culturales, la derecha lleva la peor parte, y cito algunos hechos: el auge de las teorías feministas que deciden el tratamiento de las mujeres; el fin del miedo a temas y palabras en los debates televisivos -y legislativos-; el fin de la demonización de la izquierda; la despenalización moral de las conductas minoritarias legales y legítimas. Y la emergencia de la sociedad civil de izquierda y centro-izquierda es uno de tantos datos del avance civilizatorio. Eso no significa desde luego la desaparición de los grupos conservadores que, con todo derecho, mantienen sus convicciones, y que forman en la intención al menos un bloque contra "la subversión". Sólo significa la desaparición del pecado entre los elementos de la discusión legal y pública.
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En el programa Bet your life, que conducía Groucho Marx, un sacerdote que participa en el concurso le dice a Groucho: "Lo felicito por toda la alegría que ha traído al mundo". Y él contesta: "Y yo lo felicito por toda la alegría que le ha quitado". Esto tiene que ver con la profunda falta de sentido del humor de la derecha, y de buena parte de la izquierda por otro lado. El sentido del humor, la ironía y el análisis crítico no han formado parte -que se sepa- de los recursos patrimoniales de la derecha que, por lo visto, se deleita con la solemnidad licenciosa del apoyo empresarial y, ahora, con el control de gran parte del aparato político. ¡Qué curiosos! Toman el poder cuando ya no saben cómo prohibir.
Escritor
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