Caos calderonista
Columna: Asimetrías
Mataderos
por Fausto Fernández Ponte
I
El pueblo de México observa —con pasividad aparente— que las calles y plazas de las ciudades y villas mexicanas son mataderos humanos y que la carnicería brutal que allí sucede mueve a reflexiones cuyos desenlaces silógicos son conturbadores:
Uno, que nos acostumbremos como sociedad a esa manifestaciones ferocísimas de violencia y las aceptemos, implícitamente, como parte intrínseca y concomitante de una normalidad de la vida nacional.
Y, otro, que esa violencia incontrolable se manifieste en un vacío de autoridad normativa y coactiva, consecuencia, a no dudarlo, de la dramática escasez de moralidad y ética en el ejercicio del poder formal del Estado.
Una tercera reflexión nos establece con diafanidad inequívoca que esta violencia no es política. Dicho de otro arreo, no es una violencia revolucionaria aunque, si fuere ubicada en un contexto histórico, sería expresión de la presencia de condiciones revolucionarias.
Una cuarta reflexión tendría por desenlace silógico la presunción bien informada de que esta carnicería que estamos viendo los mexicanos, es el saldo de una guerra entre facciones de la vertiente particularmente más violenta del crimen organizado.
Y esa vertiente es la del comercio ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas, realizado por empresas u organizaciones cuyo trasiego es trasnacional, pues se abastecen en tercero países y exportan su producción a otros.
II
Por añadidura, esa vertiente del crimen organizado ha descubierto un mercado para su comercio execrable que acusa desarrollo espectacularmente dinámico: los consumidores mexicanos de estupefacientes y psicotrópicos.
Esto nos lleva de porrazo a una quinta reflexión: el dinamismo de ese mercado se sustenta sobre consumidores que son niños, adolescentes y adultos jóvenes; es decir, nuestra juventud.
Esta última reflexión se redondea al discernir un hecho factual insoslayable: la juventud mexicana es el recurso estratégico más valioso y de mayor importancia, pues es axial en nuestra continuidad como país y como nación. Nuestra juventud está dopada.
Ese dopaje en cursivas es ya un problema de salud pública de dimensiones colosales, que el Estado padece, por razones que sospecharíanse devienen de una ineptitud rampante de sus personeros, incluyendo entre éstos al mismo presidente de la República.
Sin embargo, más allá de ese carácter de enorme problema de salud pública, emerge otro hecho reflexivo: el dopaje colectivo trasciende transversalmente los estratos y capas de la sociedad, aunque es acusado en ciertos estamentos.
Esos estamentos son aquellos de los que históricamente emergen los dirigentes de México en la economía, la vida política y social y la cultura. No desestimemos que en una sociedad muy clasista como la nuestra, hay una clase dominante.
III
Esa clase dominante dirige al país influida por valores filosóficos, ideológicos y políticos que privilegian un pragmatismo carente de sustrato moral y ético, que fomenta el ejercicio del poder bajo premisas antisociales.
Definamos la conducta antisocial de la clase dominante: es aquella que privilegia los imperativos personales —los de la corrupción— y desprivilegia los de la sociedad. Así, el poder se ejerce contra la sociedad.
De ello ha resultado el vacío actual, dentro del que las organizaciones dedicadas al tráfico ilícito de estupefacientes y psicotrópicos actúan con violencia extrema. No es una guerra entre el Estado antisocial y esas vertientes del crimen organizado. No.
El Estado se ha convertido en un espectador en este circo romano sangriento, no obstante los empeños de carácter más mediático que real, de la administración calderonista, que usa a las fuerzas armadas y policías para simular actuaciones.
Arribamos así a otra reflexión —la sexta—, la de que el Estado, al pretender o simular que libra una guerra contra la vertiente del crimen organizado del narcotráfico, no engaña a nadie. Lo opuesto.
Confirma la espuriedad del titular del Poder Ejecutivo y, por inferimiento válido, los de los otros poderes del Estado, cuya misión es ejercer potestades para conservar y acrecentar los intereses de la clase dominante. Ello explica la plutocracia.
La apatía aparente con la que el pueblo de México observa la matazón en este vacío de autoridad moral y ética, no debe desestimarse. Acostumbrase a la violencia no implica su aceptación deontológica y epistemológica.
Pudiere ser, por lo contrario, causal de movilización social para detener el incontrolable caos de la ingobernabilidad prevaleciente, e imponer orden y paz o, inclusive, crear un nuevo contrato social en México.
Glosario:
Arreo: sucesivamente, sin interrupción.
Concomitante: Acción y efecto de concomitar. Acompañar una cosa a otra, u obrar juntamente con ella.
Diafanidad: Claro, limpio.
Pragmatismo: Propensión a adaptarse a las condiciones reales.
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