Fetichismo azul
Astillero
Julio Hernández López
Fetichismo azul
■ Heroísmo en pareja
■ Lucro y elecciones
Ampliar la imagen Vista parcial, anoche, del área donde cayó el martes pasado el Learjet de la Secretaría de Gobernación, tras haber sido desalojados del lugar los vehículos afectados y los restos del avión Foto: Luis Humberto González
Felipe Calderón cerró ayer la primera parte de su proceso personal de construcción de un insospechado paladín (luego vendrán las nomenclaturas viales, las denominaciones inmobiliarias y las rotondas electorales ilustres). Emocionalmente perturbado, con un discurso de pasiones políticas que llegó al extremo de calificar de “heroísmo” el trabajo del joven amigo muerto, el ocupante formal de la Presidencia de la República llevó la exageración de sus alabanzas al extremo de revelar virtualmente que durante dos años quien gobernó en México fue el fallecido secretario de gobernación o, para aplicar la figura del sexenio anterior, una pareja o un tándem presidencial. Tantas habrían sido las virtudes y habilidades del superfuncionario nacido en Madrid que a estas alturas vale preguntarse no sólo si habrá entre los mortales alguien con credenciales suficientes para atreverse a intentar el llenado de los enormes zapatos del Bucareli tocado por San Camilo, sino incluso qué será de este país sin su presencia física (pues la histórica ya le ha sido garantizada mediante decreto, y la de presunto fetiche electoral ya está en imprentas y estudios de producción).
Domingo frente a panistas en el que Calderón continuó la ahora sí inocultable tarea de obtener ganancia política de una muerte que ni siquiera tiene esclarecimiento formal. El secretario Luis Téllez pelea a contracorriente para sostener la tesis de que la caída del Learjet fue accidental, mientras el jefe del gabinete insiste en plantear como epopeya lo que podría haber sido un suceso fortuito sin tintes propios para tejer leyendas o relatar proezas. Pero al tocado mánager michoacano le urge asegurar que Mouriño fue el estratega de su victoria electoral porque cree que así refuerza la versión de que ganó legítimamente, gracias a los poderes hasta ahora ocultos de un genio supremo que le empujó a pelear por la sucesión de Vicente Fox cuando las encuestas demostraban que esa aspiración era “una locura” y que le hizo ganar los comicios casi mágicamente (“contra todo pronóstico (...) logró (...) conducirnos, me incluyo, nos condujo hacia la victoria”). Otra de las distorsiones propagandísticas contenidas en el discurso faccioso que sostiene Calderón es la de reconocer al difunto una proporción enorme en el logro de los grandes cambios y la gran mejoría que según eso se habría alcanzado en México en los dos años recientes, apreciación felipense absolutamente distante de la realidad cotidiana.
La peligrosa desmesura del tutor michoacano al hablar de su pupilo fallecido llegó al punto indefendible de proponer la figura de éste como modelo a seguir por los mexicanos todos y, de manera casi obligatoria, a partir de ahora, por los panistas que en privado solían, salvo las camarillas beneficiadas de la cercanía con el llamado Iván, expresarse despectivamente de un encumbrado por razones de intimidad al que no reconocían ninguna valía profesional, académica o intelectual ni una verdadera carrera partidista. Crecientemente agitado en su alocución, pasando de la tristeza al tono encendido y el gesto autoritario, Calderón no sólo se excedió escandalosamente en el elogio de quien más cercano le era, sino que echó en cara a los panistas de elite allí reunidos una serie de defectos (mezquindades, ruindades, pleitos, parálisis, mohindad, perezas y jijez de la tostada que debe “dejar atrás la envidia, que tanto sufrió Él”, éste pronombre con inicial en mayúscula, conforme al sentido del incienso felipal); defectos, pues, que sólo podrán ser redimidos a través de la inmediata e incondicional adoración del máximo personaje del retablo –presuntamente– sexenal y el cumplimiento de penitencias electorales que les llevarán por las casas con nudillos predicantes que convoquen a la feligresía ya consolidada y a los descarriados o a aquellos que aún no conocen la buena nueva para que ayuden con su óbolo en forma de boleta comicial a que continúe expandiéndose en la tierra el reino mouriñista nacido a partir de la Parábola Campechana del Sándwich (Felipe conoció a Iván porque éste no quiso conformarse con un emparedado en casa, sino que prefirió asistir con sus papás a una reunión con el dirigente panista, pero no por escuchar a éste sino para “comer rico”, según mencionó ayer el orador principal de la sesión blanquiazul).
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