Cuerpo represor
De la Jornada
Gabriela Rodríguez
La fuerza de los cuerpos
Ciertamente los ciudadanos somos cuerpos, somos materialidad bruta y hace tiempo que no nos lo recordaban con tanta claridad. El cuerpo es la única materia prima de la que disponemos, el portador de los signos del poder, la muerte, el deseo, la solidaridad. El medio para poder expresar la interioridad y la exterioridad, la frontera concreta de nuestra libertad individual, el objeto con que se negocia en la democracia.
Por eso el cuerpo humano es también el punto de partida de los rituales políticos. En pleno Congreso de la Unión, legisladores, hombres y mujeres, construyen un orden simbólico (¿o desorden?) para mostrar con sus propios cuerpos los modos de relación que vienen con el cambio de mando.
Como en toda práctica ritual, el discurso se secundariza para colocar la imagen en primer plano y así vimos un doble juego de representaciones; elementos naturales y sociales se integran en oposición: la tersa seda de la banda presidencial, cuyas cualidades materiales expresan la lisura y la ligereza del trato, fue transportada entre filas de férreos escudos de los soldados del Estado Mayor Presidencial, materia dura para imponer la fuerza bruta sobre los cuerpos.
Convertido en tumba del presidente saliente, el Palacio Legislativo no sólo vio pasar su cadáver, sino que fue testigo de un funeral en el cual no fue posible tender un puente terso para lograr el paso del muerto al vivo, para garantizar la animacion del cuerpo inerte, del Presidente entrante. La continuidad quedó rota al imponer un heredero que después de asaltar la tribuna por atrás no encontró quién querría colocarle la banda panista, la del aguila mocha. Desamparado y desnudo, con sus propias manos Felipe Calderon tuvo que colocarse la seda tricolor sobre su pecho y adjudicarse a sí mismo el más alto rango en la jerarquía del poder formal. Gritos, rechiflas y aplausos impidieron escuchar; la protesta fue mediática: sólo los micrófonos la escucharon.
Otro ritual anterior adjudicó ese altísimo rango a Andrés Manuel López Obrador en plena celebración de la Revolución Mexicana. Sobre la piedra sagrada más grande de México, que fuera asiento del Templo Mayor y testigo de sangrientas luchas de nuestros antepasados, una activista de los derechos humanos con rango de senadora colocó la banda tricolor al presidente frente a un pueblo que lo proclamó legítimo. Al grito de "es un honor estar con Obrador", Rosario Ibarra de Piedra logró que el presidente entrante ostentara sobre su pecho un escudo que remite a la fundacion de nuestra República. En esta ceremonia no hubo soldados ni tanquetas, sólo terciopelo al fondo del escenario.
Algo ha cambiado en la visión de los vencidos. En el corazón de la gran Tenochtitlán hoy se asienta el espacio de la resistencia, mientras los territorios en disputa quedaron casi milimétricamente delimitados en las alfombras de San Lazaro, cuerpo contra cuerpo, los espacios de poder y las fronteras que dividen a la sociedad no pudieron ser más claros. Como en Oaxaca, donde toda la fuerza del Estado federal y local arrebataron a la APPO de su centro histórico, del punto de convergencia de esos pueblos que bajan al comercio, a las gestiones, a expresar sus demandas. Han matado a más de 17 activistas y a un periodista, hay cientos de heridos, 141 detenidos e incomunicados, separados de su tierra y de sus familiares, torturados: les doblan hacia atrás los dedos de una mano hasta romperles los huesos de las falanges (La Jornada, 5/12/06), estilo original que exige pagar regalías de autor a Francisco Ramírez Acuña, el flamante secretario de Gobernacion, el mismo que prohibió en Guadalajara los anuncios de Wonderbra por obscenos. ¡Claro!, eran muy irrespetuosos.
Esto es la derecha, a lo que temíamos con la imposición del PRIAN. A la transformación de la política en fuerza bruta, a reducir en violencia de Estado el acto de gobernar, y a tratar al pueblo como cosa, como puro receptáculo, como materia inanimada.
No, no es lo mismo borrar, quitar, separar o guardar... que matar, desaparecer, aislar o arrestar. No ha cumplido ocho días la nueva administración y ya nos ahoga la represión en Oaxaca, en el Distrito Federal y en cualquier lugar donde se pare un ciudadano para exigir sus derechos.
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